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        Violeta 
        Rivera       
        1. Habitación cerrada 
          
        Tuve una muerte por 
        instinto, lo demás es en vano. 
          
        Para mi no hay secuencias 
        ni blanco y negro en carretera; pero soy el constante resultado de un 
        orden.  
        No puedo ir más allá de 
        los límites de las teclas de un piano, por eso duermo hasta que acaba el 
        día. 
        Confío en que las ramas de 
        los árboles corresponden a la caída de sus hojas. 
        Lamento a los hombres de 
        plantas y banquetas soleadas, a quienes señalan con dedos cortos y 
        anchos. 
        Todas las voces que 
        escucho son entierros, hueco en hueco, sobre suelo plano: espejo, ante 
        el espejo plano. 
        La huída no es el temor 
        suficiente. 
        El silencio es un grito 
        cóncavo de todo a un solo tiempo, navíos negros para cortar la sangre.
         
        Estoy llena de futuros 
        irresueltos y pasados que no me corresponden.  
        Soy en plural de vez en 
        cuando, hasta mañana ya no regresaremos. 
        Nadie nos ve.  
        Estoy frente a ti para escribirme y al 
        escribir me abro las comisuras de los dedos. 
        Si tuviera que morir hoy 
        lo haría en esta habitación cerrada. ¿Dónde quedan 
        las luces si no hay despiertos, las voces no invitadas? 
        Hacen falta ejercicios para emprender 
        la huida. Ser otro implica un tiempo fallido. Silencio. 
        El polen ha hilado el viento. 
         
        Mi vista se interrumpió en ese hilvane 
        de movimientos que me sudan la frente. Hay lobos que se materializan en 
        todas las habitaciones cerradas donde muero.  
        Escucho el sonido de las cortinas, y el 
        filo contra filo de persianas. Rasgo una orquídea, me burlo de los 
        cristos de cabeza que alguien quiere descubrir.  
        Enfrento un duelo. 
        Puedo vivir mi historia en cinco 
        minutos, situarme en todos los espacios de una plaza. 
        Con la luz se han cegado los 
        movimientos de unos y otros.  
        Un absoluto de realidades no necesita 
        contarse, demasiado tiempo y todo faltaría. 
        Sueño con los rostros de los días, 
        alguien acaba por fijarse en mi mente, quizás yo misma en la repetición 
        de un pensamiento. 
        Te identifico entre un aleph en 
        claroscuros (Tus deseos te han alargado los gestos de la cara). 
        Si extendemos la voz de los cuerpos, 
        interrumpen quienes no sangran, destruyen, los oídos. 
        Soy un concierto de piano a media 
        calle. 
        Los cocodrilos buscan a las presas 
        menos probables, por eso me han creído lejana en mi participación 
        desdeñable de la gratuidad.  
        Si me declaro en huelga empiezo a 
        enrojecer. Que mayor prueba de la convención humana. Acepté el trueque 
        de perlas por piedras calizas para tallarme los codos. 
         
        Estaba equivocada. No debo morir en 
        esta habitación. 
        Amasijo de solemnidades y ovejas 
        hexagonales.  
        Regreso. 
        Divago fácilmente. Me molestan las 
        preguntas personales. 
          
          
          
          
          
        2. Habitación de incienso 
         
          
        Viajo en el sonido de una muerte y sus 
        murmullos. El todo está aquí. Aire de cera es el espacio, nos movemos a 
        partir del fuego y la fricción posible.  
        No esperaba lo evidente: puntos 
        astigmáticos en la continuidad que estalla en una mesa, jarras y 
        corazones de cristos traspapelados, juegos pirotécnicos que han 
        ensordecido el movimiento natural de las cosas. 
        Tomo un café, me quema el nudo en las 
        cuerdas bucales.  
        Empiezo a respirar a  c o n c i e n c i 
        a  los latidos se hacen más hondos. 
        Un hombre ha metido aguardientes y 
        sapos en su garganta, pianos de cabeza, un hombre que no puede llover 
        terrenalmente.  
        Algún día sus palabras deletrearon la 
        prematura oblicuidad de mi espalda. 
        En la roja oscuridad están las llagas 
        de la voz.  
        Todas las perpendiculares de la materia 
        me chillan los oídos. Un acartonamiento no concluye. El humo se confirma 
        en el pelambre blanco y amarillo de las cosas.  
        Condenada a permanecer de pie, sigo 
        ausente. Con los rezos mordidos me dispongo a flecharme la razón. 
         
        Se derrama el café por toda la sala. 
        Al interior de las puertas de vidrio 
        hay cascadas laminadas con los minutos de inmovilidad que tiene el 
        tiempo. Aquí la materia se une y se fragmenta en la noche de un punto. 
        Bienvenidos al entierro (de noviembre), 
        incienso a la altura de la vista. Fragmentos del pánico. Ya será de día, 
        cuando estemos dormidos en posición fetal. Au revoir homme de 
        tonnerre, cierren las puertas que la neblina se queda dentro. 
        Empieza a amanecer y nadie está 
        presente en ese alejamiento transversalmente opuesto al designio de mi 
        vida. Salto, para arrancar los pantalones de los techos. Hace horas que 
        llegué a mi casa y que empecé a deletrear las obligaciones del día. 
        Alguien decidió callarse, pero no deja de hablar a través de esta 
        habitación.   |