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La "terapia" del perdón
Mitos
y leyendas
El karma: la proyección
de lo que hacemos
por
Cristina de la Concha
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por Cristina de la Concha
Mexicanidad sobre la
mesa
Al
igual que el 2020, este 2021 fue difícil aunque más manejable, la
resignación condescendió a acompañar a la mayoría, obtuvimos la vacuna,
comenzamos a salir, a reencontrarnos, y en unas horas este año se extinguirá
con sus notas y notoriedades, con sus tristezas y sus victorias, la
principal: a México le fue bien dadas las estadísticas generalizadas de este
país de tercer mundo, las usuales leyendas urbanas de un país carcomido por
la corrupción, se imaginaban en aquellos del primero que decenas de millones
caerían en desgracia por el covid-19 a falta de una política que respondiera
adecuadamente a este desastre mundial, pero tuvimos la buena suerte de
contar con este presidente, Andrés Manuel, que supo, junto con su grupo,
enfrentar este monstruo viral no solo económica y médicamente sino también
humanamente porque prefirió a la gente que a la corrupción (vaya, de que
hubiera sido usado este virus para “estafas maestras” y monumentales
proyectos económicos fallidos, no cabe duda y estaríamos sufriendo la peor
desgracia de nuestras vidas), o, mejor dicho, porque él sí es presidente y
no un pelele de algún grupo de interés sólo preocupado por sus personas.
Pero este 2021 nos puso sobre la mesa algunos cuestionamientos,
entre ellos, el clasismo y el racismo. El clasismo, esa actitud que
desprecia clases sociales, oficios y profesiones, y el racismo, la de
despreciar personas por su origen étnico o racial o su color de piel,
cuestiones que esgrimí desde mi humilde tribuna de 80 seguidores –una red
social– como argumento contra un festejo de un pasado común, propuesto por
el monarca español, a causa del enorme daño que han provocado durante siglos
en nuestro país, razoné que eran estos puntos de reflexión –el clasismo y el
racismo– los que quizás nos debíamos desde la silla presidencial, cuando,
días después, por primera vez escuché a un presidente de la república
mencionarlos en su mensaje a la nación desde su convalecencia de covid,
porque nos hacía falta, sí: un presidente de los mexicanos que manifestara
públicamente su rechazo del clasismo en el país, para nuestra propia
fortaleza como pueblo, algo que debieron señalar otros representantes de la
nación largo tiempo antes.
Pero el tema del racismo fue subrayado tajante y soezmente por el español
Aznar cuando, con el suyo propio, declaró:
“Yo me llamo Andrés Manuel López Obrador. Andrés por parte de los aztecas.
Manuel por parte de los mayas. López es una mezcla de aztecas y mayas”.
Muchas luces se encendieron en mi México, en particular, yo me apresuré a
postear en respuesta en una red social, aun como poco destacada activista a
quien ese señor no leería, “Asnar: abreviación del verbo rebuznar”. Al igual
que esta activista, otros, muchos y de peso, de inmediato contestaron
públicamente, no podía pasarse por alto la afrenta.
Con esas frases aseveradas, haciendo así mofa del presidente mexicano, el
español Aznar dejó de lado que la Corona española, en su afán evangelizador
del siglo 16, cambió los nombres de los nativos del Nuevo Mundo, registró a
sus nuevos esclavos dotándolos de nombres que, además de cristianos, según
ellos, eran comprensibles y fácilmente pronunciables para los invasores,
generosa dotación en su propia lengua incluyendo nombre de pila y apellido.
Así, se perdieron los rastros de los orígenes de la mayoría de los mexicanos
pues muy pocos escaparon a esta política, hecho que contribuyó al amargo
efecto que tuvo la imposición de castas, al racismo y el clasismo. Hecho al
que sobrevino el olvido de esos nombres originales para, más tarde,
desconocerlos casi por completo y encontrarnos, siglos después y con
sorpresa, con los bellos sonidos y significados de apelativos como Itzel o
Xiluén, y encontrarlos completamente desalienados de nosotros mismos cuando
son vocablos que forman parte de nosotros, que nos pertenecen y a los que
pertenecemos. Tal vez un buen número de nosotros se preguntaba por qué
nuestros nombres son españoles como si fuéramos españoles, ¿dónde estaban
nuestros nombres nahuas y otomís, mayas, zapotecas? Nos los arrebataron.
Mientras, nos hacían creer en una falsa hispanidad que se sostenía en estos
otros nombres latinos, vascos, catalanes cuyos orígenes desconocíamos, nos
hacían creer una falsedad porque somos mestizos, somos mezcla, no españoles
y tenemos sangre de esta tierra en las venas, somos mexicanos. Las
declaraciones de Aznar nos recuerdan que nos quisieron hacer creer que
éramos españoles, que no había pueblos originarios importantes como para
tener su herencia y que los olvidáramos, los ignoráramos, los
discrimináramos.
Pero no solo a nosotros, también a los españoles les hicieron creer esta
falacia, y de prueba tan solo bastan esas declaraciones.
Esas declaraciones para poner de relieve que el nombre de López Obrador
refleja su esencia hispana carece de sentido, por consiguiente. Aun
cuando una abuela de López Obrador sea española, carece de sentido por el
solo hecho de que los mismos colonizadores, en la mayoría de los casos,
hayan cometido la violación a los derechos humanos de arrebatarle sus
apelativos originales y verdaderos a la gente hallada en el continente en
nombre de la evangelización tritura su argumento contra la solicitud del
presidente mexicano de perdón por parte de su monarca a nuestro país por los
daños perpetrados durante la conquista hace 500 años.
El hombre que hizo eco del autoritarismo de los conquistadores al blandir
como bandera sus palabras “Andrés por parte de los aztecas…”, curiosamente
con el sonido de su apellido y sus expresiones, asimismo, recuerda el verbo
rebuznar.
cristinadelaconcha @hotmail.com
https://www.facebook.com/cristina.delaconchaortiz
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