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por Cristina de la Concha

 

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Nacimos con él, incoloro e insaboro lo traemos desde antes, porque no lo vemos y aparentemente no lo sentimos pero está allí, con sabor a nada, invisible, como muchas otras cosas, el clasismo, junto con su hermano el racismo, ha habitado en los pobladores de este país como otras ideas, actitudes, sensaciones que el inconsciente esconde.

En 1981, conversaba con un sudafricano en Londres sobre su imposibilidad para visitar México porque nuestro país es anti racista y no tenía relaciones con Sudáfrica a causa del apartheid, nación que heredó su racismo de Inglaterra, otro interesante país que me atraía enormemente y por eso me hallaba allí, quería caminar por sus callecitas medievales, perderme en sus castillos, viajar en el “tube” por los túneles de la 2ª Guerra Mundial que resguardaban a la gente durante los bombardeos nazis, percibir de primera mano el hilarante sentido del humor de su gente, un país también racista, ¿acaso Megan no lo sabía cuando se casó con Harry?

México, Constitución Política, “prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional”, sin embargo, hemos discriminado a los pueblos originarios, sus colores, su hablar de esa forma que se invisibilizó por siglos. Ahora somos de queso, de chile y de manteca, los mexicanos somos una rica mezcla de colores y sabores donde un gran número ha creído que es correcto discriminar a los de solo queso o solo chile sin detenerse a ver que comparte el queso o el chile en su ADN y, sin darnos cuenta, como si fuera un pecado tener la piel más oscura, hemos tendido hacia la piel más clara, no nos hemos dado cuenta de dichos como “no tienen la culpa de ser morenos”, “pobrecitos, no saben hablar”, porque nos lo impusieron desde la cuna porque los padres lo tenían impuesto también desde la cuna, porque los abuelos lo tenían impuesto desde la cuna porque los bisabuelos lo tenían impuesto desde la cuna porque los tatarabuelos lo obtuvieron desde la cuna porque… no es una cuestión de echar culpas sino de comprender el origen porque llegar al origen ayuda a erradicar el conflicto… porque desde la instalación de la Colonia Española, se estableció una sociedad basada en castas, en el origen étnico, y aun cuando nuestra constitución establece lo contrario, se quedó en el inconsciente colectivo.

Había otro apartheit del que  yo no me había percatado en aquellos tiempos de estudiante y nadie parecía entender pero la vida me lo fue mostrando. Un día, en esa época,  alguien me llamó “pinch* naca de pueblo”, fue una mujercita de “las Lomas”, de un bonito color de piel morena, y, así, ¿cómo entender la discriminación? “Naca”, “naco”, una de las palabras más discriminadoras de este país aunque ya no se oye mucho. “Naco” era el indígena vestido de calzón largo blanco, era el pobre de esta nación en las primeras décadas del siglo XX, todavía hay quienes los llaman así y no por discriminación sino porque no hallan otro término para referirse a ellos, y la palabra fue degenerándose todavía más hasta convertirse en un displicente vocablo que al final ha sido para un enorme número de personas solo un calificativo que podían aplicar sin realmente asumirse como discriminadoras. La morenaza de “las Lomas” no supo lo que estaba diciendo, únicamente mostró la antipatía que me tenía y esa frase fue la que se le ocurrió, creo yo, no por discriminación sino por antipatía pura pero, por desgracia, a tanto repetir frases éstas acaban asumiéndose. “Uy”, me dije, “si la escucharan en mi pueblo donde tantas veces me discriminaron –allí sí–  por mi nivel social, donde me criticaron y despreciaron por pertenecer supuestamente a la “élite”…”. Bueno, cómo entender esto. Existe la envidia y el coraje y el encono por las carencias, comprensible, y ¿el color de piel tiene que ver con esas carencias? si pienso en la morenaza de “las Lomas”, pues no porque no habría vivido en esa zona, entonces, el dinero es lo que estaría haciendo la diferencia. No me llamó así por discriminación racial sino porque realmente creía en las clases sociales y que la de ella era superior a la mía y, como yo le caía mal por otras razones, la marcó con su frase.

Yo verdaderamente disfruté mi estancia en Argentina cuando la conocí, desde el primer momento en que noté que no había discriminación social, en que entre unos y otros de diferentes gremios se hablan como iguales, lo que no sucede en México sino que se suele marcar el estatus, no es que no exista clasismo o racismo en ese país sureño sino que en general el trato establecido es de iguales y esto da una sensación de confianza muy agradable. Sin embargo, a mi regreso de ese primer viaje, lo comenté en una reunión con algunas personas y una de ellas reaccionó: “¡Ay, no no! ¡No debe ser así”. Me sorprendió que, a estas alturas, año 2006, alguien se atreviera a hacer una aseveración tal mientras ella consideró expresarse con justicia.

Una tarde, en un café con unos amigos, hace muchos años, alguien dijo: “Ojalá hubiera habido un Coster que acabara en México con los indios.” Mis oídos parecieron detener la frase mientras la mente corroboraba lo escuchado. Intenté con suavidad plantearle a esta “amistad” lo terrible de esa idea pero la repitió con toda seriedad. Después de varias frases de rechazo y reafirmación ante el resto callado, me  levanté para retirarme del lugar, creo que para algunos fue confuso y casi hubo como un exhorto de comprensión que omití. Me retiré con mi postura firme en que no toleraría esos comentarios y jurándome a mí misma que nunca jamás volvería a permitir que alguien hiciera aseveraciones semejantes y se atreviera a sostenerlas, al menos no delante de mí, porque no era la primera vez que oía una expresión tal.

Pero mis razones todavía pasarían por largas y profundas reflexiones porque nacimos no con ideas extremas como la de un Coster –estos son casos aislados– pero sí con algunos conceptos racistas encima, conceptos invisibles, sin percatarnos, nos los contaron desde la cuna, y habría que desenmarañar, ver y comprender quiénes somos. El proceso no ha sido fácil ni lo será por algún tiempo pero hoy por hoy y desde hace varios siglos somos mexicanos todos, la mayoría somos una rica mezcla, no podemos ni debemos renegar de la sangre, somos mestizos y todos iguales, en nuestro mestizaje disparejo, junto con los pueblos originarios estamos los que formamos nuestro país, asunto que vino a colación cuando el señor rey de España habló de festejar un pasado común porque ese pasado común solo recuerda la división de castas, la cual designaba un lugar a los diferentes grupos con discriminación dentro de una jerarquía que servía al sistema de dominación política y económica de los conquistadores donde los blancos eran los privilegiados, y, entre esos recuerdos, los de la esclavitud, el maltrato y la tortura, la asunción obligada del catolicismo, de nombres y costumbres, motivos harto suficientes para “domar” a unas culturas que optaron por el clasismo y el racismo como medio de supervivencia, ¿se puede festejar esto?

 

 

 

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