Tulancingo cultural

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Tulancingo, Hidalgo, México

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6.Ene.09

 
  Pterocles Arenarius  

 

 
  In Naturalibus  
     
 

La palabra escarnio

 
 

cuento

 
   

 

 
 

Invitación a

 
 

Una muerte inmejorable, 29.Dic.08

 
     
 

Capítulo I  

 
     
 

http://novela unamuerteinmejorable. blogspot.com

 
 

con un clic aquí

 
     
     
     
 

Desde Argentina

 
 

Sonetos

 
 

Juan Antonio Piñeyro

 
 

de Colón, Bs.As.

 
     
     
     
 

Convocatorias al XXXV Festival Internacional Cervantino Callejero del CLETA

 
 

más info aquí

 
 

convocatorias en

 
 

www.cleta.org/encuentro

 
     
     
     
  En Glocalia.com  
  México: El regreso de Lucía  Morett  
  por Carlos Fazio  
  http://www.glocalia.com/ detalle_noticia.php?id=2008121214031405ba279 1ba82c7f81d09c46e4adfe78b  
     
     
     
  Desde Nueva York, en PDF  
  LA ANTOLOGÍA POÉTICA  
  EL CUERPO Y LA LETRA  
  LA POÉTICA DE LUIS ALBERTO AMBROGGIO  
  Publicada por la Academia Norteamericana de la Lengua Española, Nueva York, 2008  
     
  www.brevespacio.com/ libros/2008/12/antologa-potica_21.html  - 13k  
     
     
     
     
 

 del arte de

 
 

  Agustín Vargas

 
 

 el artista que se detuvo a pintar en Tulancingo

 
     
     
   
     
 

Fata Morgana

 
     
 

La confianza y “papelito habla”

 
 

por Cristina de la Concha

 
     
   
     
 

Para el Diablo Apacible, alias Saúl Ibargoyen

 
 

por Marisa DSantos en el reconocimiento al poeta

 
     
 

Donación de libros a Tulancingo

 
 

de los argentinos María Encarnación Anadón y Franco Gariboldi

 
 

al Centro Universitario del Oriente de Hidalgo

 
     
 

En México, carta del poeta Félix Pacheco

 
  2o Encuentro Latinoamericano de Escritores  
  en Tulancingo, Hgo., México   
     
 

Y de Valdivia, Chile 

 
  su continuación  
 

organizado por el Colectivo Paratopia

 
 

http://colectivoparatopia.blogspot.com/

 
 

Desde Argentina, reseñan

 
 

La participación del poeta argentino Valentín Romano, "gaucho!"

 
 

aquí su "comentario final",

 
 

en las escuelas

 
 

y  Ana Cuevas Unamuno en:

 
  tejiendocuentos.blogspot.com  
  www.artnovelablog.com/ Tejiendocuentos  
     
   
     
  Artelista.com  
     
  www.artelista.com  
 

 

  Genios sin maestro‏
 
     
   
   
   

 

 
 

 

 

(Cógeme pero no me mates. La historia del Minotauro triste y los tres degeneraditos)* 

 

 

Al obtener la simpatía de Juanita, la maga, ella te transforma en un pájaro. Si no, en reptil, o peor aun, en cuca.

  Asunción Rangel

 

 

Son cientos de paralelepípedos amarillos regados al arbitrio como si los hubieran lanzado desde gran altura. Parecieran en desorden y tienen entre ellos multitudes de jardines, miles de jardineras, otros tantos pasillos y no menos arbolitos y palmeras. Es la unidad habitacional Lomas de Sotelo. Bonito lugar.

Cipriano es un buen pintor, pero muy tímido. Introspectivo y de tan callado pareciera triste a pesar de ser inteligente, creativo, formidable dibujante y consumado colorista. Mariguano de cotidianidad tal que se muestra incapaz de dar paso fuera de su departamento si no va debidamente intoxicado. Él es un producto de la maravillosa sociedad. Pero exitosísimo por su perfeccionada adaptación al citadino caos a pesar de –o más bien gracias a– su indeclinable drogadicción, pues ha desarrollado importantes talentos a pesar de los inmensos traumas que se carga y que lo hacen así como es: miope, flaco, tímido, mariguano, callado, meditabundo e insignificante como si fuera culpable de genocidio y tratara de pasar siempre de largo.  

Vivo en esa unidad habitacional. Fui de visita donde Cipriano para enseñarle mis poemas del último mes. Cargué con una botella de vino tinto. Las opiniones de Cipriano son extraordinariamente valiosas en poesía, siempre y cuando uno tenga la paciencia de esperar que los oiga, luego los lea sin oírlos, los medite sin decir nada mientras fija su mirada en sitios impensados y de pronto en ti desde atrás de sus lentes y se toque lentamente las barbas y acaso fume. Entonces empieza a hablar con lentitud, contundencia, inspiración, desmenuzando el poema como si tuviera un bisturí de claridad y te hiciera mirar las entrañas de tu texto. Lo maravilloso es que Cipriano no opina, simplemente desnuda, penetra sin piedad como si tuviera un espejo que pudiera ver tu texto mucho mejor que una radiografía.  

Vale la pena acudir a casa de Cipriano con tu mesada de poemas. Y entonces salí a recorrer los cuatrocientos metros de pasillos curvos, jardines arbolados y suaves declinaciones en la semioscuridad de los arbotantes a las diez de la noche en la soledad que separa los con-demonios que habitamos.  

En el clímax de una curva vislumbré una muchacha y me detuve; busqué algún admisible pretexto para permanecer de pie en medio de la noche y mirándola. Fue uno muy poco verosímil porque ella alejó con velocidad y cambiando su ruta aparente. Me sentí un poco apenado. Avancé hacia el habitáculo del agudo Cipriano y, si acaso cuarenta metros adelante, saliendito de una fila de arbustos encontré a la misma mujer –parecía extraviada como futbolista llanero en off side: desconcertada, nerviosa, o mejor, totalmente fuera de lugar– buscando algún domicilio en ese mi laberinto de paralelepípedos ingentes, céspedes silvestres y vegetales de ornato en el que me sentía, y soy, sin duda, el Minotauro. Y ella, perdida, notoria visitante, la víctima del monstruo: yo, Minotauro.  

Tuve la impresión que la muchacha huía. Observé la ruta y procuré evitarla, que fuera imposible encontrarme a la temerosa. Para no asustarla. No fuera a pensar que la asediaba, mucho menos la perseguía. Y, en honor de la señorita, me sometí a cursar un pequeño rodeo para la casa de Cipriano con tal que la muchacha no padeciera malestar alguno debido al Minotauro yo, que la había mirado con ojos ciertamente deseosos. Alcancé mi destino por el otro lado de lo habitual y al entrar en el vestíbulo del paralelepípedo habitacional descubrí a la mujer que viera molesta evitándome. Estaba escondida en un rincón esperando que me pasara de largo. Pero su aspecto era infundido por el terror. Comprendí que, según ella, había estado en verdad huyendo de yo el Minotauro y, como ocurre con quien se aterroriza, se metió en la supuesta trampa. Gritó de manera contenida por el terror, creía que mi persecución había tenido éxito y que estaba a mi merced. Temblaba tanto que la cabeza mostraba involuntario, ridículo, sacudimiento. Pobrecita. Me desconcertó. No pronuncié palabra. Quedé súpito un instante y ella, en medio de su incontrolado terror, empezó a desabrocharse la blusa con mano tan temblorosa como su absurda cabeza mientras aspiraba profundamente para infundirse algún valor y decirme alterada entre resoplidos de pánico:  

 –Muy bien…, muy bien…, señor, usted gana. No…, no voy a resistir, pero sólo quiero pedirle por el amor de Dios…, escúcheme, por el amor de Dios, que no me haga daño. –Hacía un esfuerzo inhumano, tratando de dominar un incontenible jadeo de terror, haciendo el total acopio de su valor–. Voy a cooperar…, se lo juro…, voy a cooperar…, haré lo que usted me diga, pero le suplico que a cambio… no me haga daño, por favor… no tiene que golpearme, obedeceré…, obedeceré lo que me indique…, lo que sea..., lo que sea… –para el momento su brasier estaba a la vista y ella se había repegado a la pared y abría su blusa con sus manitas incontrolables, me miraba levantando la frente como una mártir dominando el llanto y el terror mientras jadeaba haciendo un esfuerzo más que considerable para simular entereza. Admiré su valor. Pero también su tontería inmensa.  

–Eeeh, mira, amiguita…, en primer lugar…  

–¡Nooo!, ¡no me mate, señor, no me mate, por favor…! Dígame que hago y le obedeceré sea lo que sea, se lo juro, pero le suplico por el amor de Dios que no me haga daño… Tengo dos hijos. Por el amor de Dios le suplico que no me haga daño… Por su madrecita santa, por la virgencita santísima, no me vaya a matar… –Pronunciaba ahora acelerada, violentamente, jugaba al todo o nada. Adopté la actitud más tranquilizadora posible.  

–Oye, amiga. Relájate… Tranquilízate, a ver, cálmate… Yo sólo quiero entrar… –pensaría que yo era un empedernido criminal que, con la fría calma del asesino serial, le daba las finales indicaciones.  

–Sí, señor, no voy a gritar, voy a hacer lo que usted diga, lo que usted diga, lo que usted diga. –Temblaba y contenía el llanto, a la vez se controlaba para no exasperarme. Tengo llave del vestíbulo del edificio de Cipriano y abrí. Ella me miró y, entre su terror, atinó a preguntar:

–¿Tengo que entrar, verdad?  

–No. Haz lo que quieras… Vete si quieres… –le dije sonriendo de nervios como recurso extremo.  

–¿Co-co-cómo dice? –en ese momento empuñó su blusita y la cerró.  

–Como tú gustes, amiguita…  

–¿Puedo irme…?  

–Pep… Eeest… por supuesto… –Entonces estalló en un terrible, estentóreo sollozo y se puso las manos en el rostro.  

–¿No me va a violar? Perdóneme… ¡¡Aaah… Aaaahh!!… bu-bu-bu… ¡peeerdóoooneme!… Es que yo bu-bu-bu, estaba segura de que usted…, usted me iba…, me iba a violar… ¿Usted no es violador?, dígame ¿usted no es violador, verdad que no? –hablaba llorando y una cascada de lágrimas le recorría el rostro y agarraba con rigidez su blusa para mantenerla cerrada luego que ella misma la había desabrochado. La estampa era conmovedora y también ridícula. –Entonces ¿no me va a violar, señor?  

–Perdóname, amiga, no hubiera querido asustarte. Qué mala onda. Pero, ¿tengo tipo de violador?  

–No-no-no-no. Es mi culpa… –empezó a hablar ya tranquilizándose–. Es que, usted sabe, los violadores… los violadores andan por todas partes… Además usted trae algo escondido en la chamarra… –me señaló casi de vuelta en su terror. Era cierto, traía la botella de vino para Cipriano. La saqué. Entonces ella agregó la risa a su llanto:  

–Estaba segura que traería el cuchillo, la pistola. Ay qué tonta, Dios mío, pero es que tanta inseguridad y… aquí está tan solo y ya es noche… Ay qué pena, Dios mío…  

–Bueno, pues discúlpame por el mal momento. Qué pena. –Toqué el timbre de Cipriano y salió de inmediato, como si me hubiera estado esperando.  

–¿Quióbole! –me dijo con su habitual indiferencia–, pásenle.  

–Vine a verte. Traigo un vinillo y unos poemas. Mira, ella es…, de veras, no sé tu nombre… –la mujer había retomado, aunque trabajosamente, la compostura, incluso terminaba de limpiarse las lágrimas y abrocharse la blusa.  

–Aurelia… tanto gusto…  

–Cipriano…, pero pasen por favor, adelante…  

–Bueno, ella… –iba a disculparla, pero antes de que dijera algo Aurelia ya entraba en la casa de Cipriano.  

–Gracias, Cipriano… Y tú no me has dicho cómo te llamas…  

–Lucrecio…, para ti el violador…  

–Ay, Lucrecio, perdóname… No sé cómo pude…, pero es que ya ves cómo es la ciudad…  

–No te preocupes –le dije tomando asiento. Apareció sorprendentemente Laura desde alguna de las habitaciones. “Válgame Dios”, me dije. “No, Dios mío, ¿por qué está descalza y ese vestido es camisón o qué? “No puede ser. Laura. Laurita. Yo, tú. ¿Por qué? Pero además no trae brasier la puta desgraciada. ¿Desde cuándo está aquí o desde a qué horas? ¿Qué significa que una mujer no traiga brasier ni zapatos en la casa de su amigo?”.  

Nos saludamos de beso. Hubiera querido decirles de inmediato “¿qué traen ustedes, por qué está aquí esta pinche vieja si yo la vi primero?”. Empezaron a charlar como si fuéramos amigos añejos apenas a cinco minutos de las presentaciones y de inmediato se descorchó mi botella de tinto. Yo estaba trabado y nadie lo notó. Laura, como ama de casa, me carga la chingada, colocó al centro alimentos chatarra y trocitos de queso. Poco rato después, llorando sangre, propuse iniciar la lectura de mis poemas, puesto que ellas estaban presentes extendí el convite a la sesión poética. Para entonces, luego de tres rondas, mi botella agonizaba y Cipriano, previsor, se apresuró a aprovisionar a la sesión con reserva de su cocina, pero la nueva era de tequila. Y no me atrevía a decirles nada. A pedirles que me explicaran. Mierda.  

Aurelia estaba tan perfectamente integrada que no se nos hizo raro que no se retirase pronto a pesar, en mi caso, de la extraña manera de conocernos. Leímos poemas y, Cipriano, como siempre, lúcido y reflexivo, los desmenuzaba luego de pensar un momento mientras Aurelia y Laura no evitaban los comentarios no tan valiosos, pero yo no entendía nada. Me urgía saber qué estaba pasando entre Laura y Cipriano.  

La lectura inútil de los tres poemas y los estériles comentarios de Cipriano, sin interlocutor y más de media botella de tequila, habían consumido unas dos horas. Preferí suspender la sesión y saber qué hacía en tales condiciones esta ramera con el pintor drogadicto; lo peor era que las mujeres se dedicaban a encontrar motivos chuscos (de neto humor involuntario) en mis poemas. Chingao. Borrachas burlonas. Putas malditas. Estaban muy contentos y, de ebrios, a medios chiles. Y tan tranquilos que empecé a dudar. “Capaz que estoy inventando. ¿No es posible que ella esté aquí así, sin zapatos ni brasier ni sexo con su amigo?” Admití que sí. 

Cipriano se dirigió al interior de su casa mientras carcajeaban por alguna razón o quizá más bien sin ella. Por fin Laura me preguntó “¿Qué tienes?, estás muy serio”. Puta. Puta. Pensé. El pintor regresó munido de un cigarro hechizo y monumental, del que emanaba el característico y poderoso hálito petatero.  

Feliz y callado Cipriano el mariguano se arrebujó en un sillón, casi femeninamente, subiendo los pies y recogiéndolos, mientras las otras pronunciaban banalidades él arremetió con fruición aspirando el humo de la mariguana. Luego pasó el cigarro a Laura que también le dio cuatro o cinco envidiables chupadas. Empecé a pensar que yo estaba paranoico. Llegó mi turno. No quise ni pude ser menos. Y el cigarro –así era de inmenso– parecía infumado, que no infumable. Se lo pasé a Aurelia que me miró desconcertada a pesar de su embriaguez galopante pero simulándose muy en ambiente me dijo:  

–¿Se fuma…, esto se fuma…, normal?  

–Absolutamente normal –le dije para evitar motivos de alarma. Para qué…  

Laura y Cipriano eran amigos viejos de la canabis, pero Aurelia, como confesara, licenciada en administración de empresas, no acumulaba idea sobre la vida de un pintor drogadicto y dipsómano, Cipriano y de una guionista televisiva, putísima y alcohólica, Laura.  

En un rato decayó el ambiente que habían creado, la yerba convoca a la introspección. Cada uno abordó su viaje interior. A mí, como siempre, me aligeró. Volví, tras tres fumadas, a ver a Laura linda muchacha y a Cipriano querido y viejo amigo.  

Aurelia, licenciada en administración de empresas, en cambio, transitando su iniciación en las drogas canábicas, se levantó y empezó a mirar pequeñísimas áreas de las paredes desde muy cerca, como si descubriese un insólito desfile de insectos de fauna fantástica circulando por el muro. Sabedores de los efectos mariguanescos en la gente bisoña nadie la tomó en consideración.  

En otro momento estuvo observando sus manos con singular atención, empezó a sentir angustia, a mirar en todas direcciones como si la persiguieran. Y me descubrió. Yo estaba perfectamente aligerado.  

–Dime algo… ¿Tú me ibas violar?... Dime la verdad, por favor… ¿Sabes una cosa? Tú…, tú me violaste. Me violaste porque sentí…  

–Sentiste que te violé…, pero por favor…, no me digas eso…  

–No, sentí el terror…, el terror de ser violada ¿sabes qué es el terror de ser violada? –la miré un instante desmesurado, traté de pensar, imaginar como sería violarla… No pude imaginarlo, me descubrí (alabado sea el cielo) negado, incapacitado para violar ni a una muñeca inflable. Sin embargo, de alguna manera tenía razón. Pero le dije:  

–No lo creo…  

–Ya me voy…, no puedo estar aquí…, contigo…, tú ibas a intentarlo…, pero te arrepentiste porque ya me habías hecho el daño psíquico –aquí pronunció mal y con dificultad– no puedo…, ya me habías violado –Aurelia traía un viaje espantoso. ¿Quién puede dudar que una LAE, inocente de ella, acumula cantidades inconmensurables de esa mierda que nos echa encima el establishment: estrés, terror por los violadores (¿y pasión enfermiza por ellos?), por los secuestradores, por los narcotraficantes, por los raterillos en general, fatiga crónica, miedo consuetudinario, furia contenida, frustración de rutina, desesperanza hasta la más infinita lejanía? Nadie.  

La licenciada transitaba su microinfierno. Los otros, Laura y Cipriano, en tanto, gozaban de manera indecible el estupor mariguanesco y veían con alguna indiferencia y hasta no poca molestia a la LAE que padecía, a través de horribles percepciones, la manifestación de sus infamados interiores. Empecé a pensar que no sería mala idea que Laura, Cipriano y yo… Claro, un trío. Un trío feliz. ¿Por qué no?  

Aurelia trató de salirse corriendo como loca. Hasta que lo logró. ¿Qué hacemos? “¿La dejamos?”, dije pensando en tres. No, está bien trastornada. Mejor traerla, a ver si se calma.  

–A ver, vamos por ella –dije a Laura y Cipriano.  

–Dice que la violaste.  

–Dios santo. Imagínate…  

–¿Entonces qué le hiciste?  

–La encontré aquí, en este rincón, escondida, esperando que alguien la violara, pero sin madrearla.  

–Ay, no. ¿En serio?  

–Lo primero que me dijo fue no me mates, cógeme pero no me mates… Te lo juro. –Cipriano fue por ella. Con su modo circunspecto y sereno se la trajo abrazada. Todos estábamos bien mariguanos. Ella lloraba en el hombro del pintor. Pedía protección. Cipriano algo le dijo en el oído. Ella, desesperada y llorando, lo besó en la boca, larga, furiosa, desesperadamente. Laura se acercó. Se acercó. Se acercó, les puso sus manos en los sendos hombros hasta que su rostro estaba junto a los de ellos que se besaban interminablemente; al final ella también participó (y era correspondida en el beso triple) por los otros dos. El cuadro era hermoso y aberrante. Malditos, o sea que sí, desde antes. No soporté, empezaban a manosearse. La metieron. Al entrar él me miró y me hizo un discreto gesto de invitación a pasar con ellas. Habrá una orgía, dijeron sus ojos. Le sonreí sintiéndome el perro que ve a la pareja de canes pegados, le agradecí y me fui a mi casa.  

Dos semanas después, de mañanita, me encontré a la otrora perdida Aurelia. Esta vez refulgía de seguridad. Y yo era sólo otro transeúnte; no más Minotauro. Sorprendía de correcta: traje sastre señorial, pelo impecable y relamido, tacón ejecutivo, bolso discreto. Una empresaria activa y elegante, en realidad una exitosa LAE.  

–Hola, ¿cómo estás?  

–De maravilla –respondió sonriendo con alguna exageración, radiando su éxito, como lo hace esta gente de hoy tan positiva.  

–Ya vivo aquí, ¿no sabías, verdad? –serenamente miró en todas direcciones como si se asegurase que nadie iba a oírla–. Estamos los tres. Juntos. Quiero decir, vivimos juntos. Es muy poco tiempo, pero fíjate, ya estamos pensando en firmar un convenio de convivencia, como los matrimonios de homosexuales, pero aquí sería entre los tres, ya que el matrimonio entre tres no es legal… (Válgame Dios). La experiencia, te diré, es muy…, motivadora. Te confieso que lo central es el sexo. –¡Madre mía! Y conste que no le había preguntado nada.

–¿El sexo!, lo dices tú, la que sostiene que la violé? –me miró extrañada.  

–Lo digo porque así ocurrió. Si me hubieras penetrado ya era absolutamente secundario, intrascendente. El daño estaba hecho.  

–Santo Cristo. Nunca pensé… que yo… fuera capaz…

–Bueno, eso es otra historia… Pero, mira, ahora estoy tan feliz. Consumiendo la cannabis sativa como debe ser provee efectos prodigiosos… Nunca antes lo hubiera imaginado.  

–¿Y cómo es como debe ser?  

–Pues como Dios manda.  

–Ah, claro. ¿Y la real motivación es la mariguana o el sexo?  

–Ambas. –Empezó a hablar meditando cuidadosamente sus respuestas–. La mariguana es el contexto, el coito triple la acción. –Hacía pausas brevísimas para colocar las palabras más justas a su descripción, volteaba los ojos hacia arriba procurando concentración–. La mariguana es el escenario, el menage a trois la obra… ¿Sí me entiendes? Ella es sexualmente voraz y emprendedora. Él, lascivo e inteligente. Yo soy sucia y sin límites. El acoplamiento, hasta donde sé, insuperable. Ja ja ja… ¿qué te parece…?  

–Dios mío, Cipriano, Laura –la miré un instante: era paradójica, inocente y directa en su depravación– no quiero imaginarme la cantidad de porquerías…  

–¿No puedes? Te cuento algo si quieres…, mira, generalmente la que empieza es Laurita, aunque no es regla, de hecho no hay reglas; puede ser que lo requiera a él, o a veces me solicita…, lo cierto es que no tiene que insistir mucho…, porque…  

–No, no, no… No me cuentes. No quiero sentir envidia. –En ese momento recordé el insólito beso triple–. Mejor luego nos vemos… ¿sabes qué…?, aquella vez te hubiera violado…  

–¡Me violaste!  

–¡!... Bueno. Mejor un día de estos paso a visitarlos para leer poemas. –Le di, a manera de despedida, un beso apresurado y me fui tan rápido como me fue posible.  

 

 

 

 

 
     
     
     
  * Cuento que forma parte del libro Cuentos y relatos de Fiestas que muy pronto se publicará bajo el sello de la Editorial Gugorrones de Salvatierra, Guanajuato.  

 

 

 

 
     
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De la obra de la argentina

 
 

María Julia Goyena

 
     
 

 

 
     
   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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