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22.Nov.16

 

 

Café en cálidas tazas
cuento para una mañana de invierno adelantado

por Cristina de la Concha

 

Una de esas mañanas de aromático café caliente que sirvió mirando sin mirar la taza y el líquido verterse, creyó ver un corazón dibujado en la orilla de la cerámica. Lo ignoró. Sorbió su café, mordió su pan francés cubierto con montecitos de mermelada, masticó disfrutando el bocado, lo hizo pasar por el paladar al tubo gástrico. Sorbió de nuevo y notó que sus labios se ajustaban bien a la orilla de la taza, incluso con comodidad sobre el despostillado del borde de esa no tan vieja taza pero a la que le tenía especial afecto.

         Eran dos los tarros de cerámica de su afecto, los había adquirido un par de años antes por darse ese placer de tener su taza de café de diseño particular, con un paisaje caricaturesco muy colorido, que da cierta individualidad y celebra el ritual de la bebida personal. Las vio en un aparador al pasar en el mercado durante el paseo de las compras de la casa y se le ocurrió como buena idea una para ella y otra para él, cada una con su propio diseño. Pero a él no le gustaron, desdeñándolas masculló: “No me gustan esos decorados”.

Desilusionada, las puso por allí, en cualquier lugar, no importaba. Un par de meses después, lo pensó mejor y refutó: “Las dos son mías, para mi café un día una y al día siguiente otra”. Pero ambas cerámicas, poco tiempo más tarde, se despostillaron. Azorada, las revisó, quizás eran de tan mala calidad que no resistieron aunque le resultaba extraño. Como estaban casi nuevas, ella siguió usándolas, ahora ante el azoro de él que le advirtió que podría cortarse. “No, no”, respondió ella, contundente. Le daba pena desecharlas porque ciertamente le habían gustado mucho.

Continuó su desayuno frugal con la imagen de un corazón en la mente. Entonces, lo vio: el despostillado tenía la forma de un corazón. Tomó la taza, le dio la vuelta, lo observó con curiosidad, no había duda, allí estaba dibujado un corazón, "¡qué chistoso!" y sonrió. Lo mostró a su marido quien sólo emitió un “ah”, pero ella estaba complacida, el evento le hizo el día.

Semanas más tarde, durante el desayuno usual contemplaba el despostillado pensando en lo bien que se acomodaba a sus labios al sorber. De momento, al tomar otro sorbo, percibió una diferencia casi insignificante en la rotura. La creyó más grande, pero cómo podría ser, si de haberse roto de nuevo habría perdido la forma de corazón que, evidentemente, seguía allí. Observó que así era, confirmándoselo, el tamaño había crecido y ahora se extendía por varios milímetros. Trató de no darle importancia, debía apurarse para ir al trabajo. Se levantó de la mesa, fue el baño, terminó los breves quehaceres requeridos antes de salir y tomó sus llaves, pero era bastante raro que el despostillado aumentara su tamaño. Ya en la puerta, regresó a la cocina con la duda, a buscar la otra taza. Y, aunque no solía sacar su magia porque no creía en ella ni le prestaba atención ni tenía intención de probarla ni de aprobarla, su magia a veces hacía de las suyas contra su voluntad –se asomaba de vez en cuando para mostrarle–, colocó ambas tazas frente a ella. Sí, allí estaban ¡dos corazones! No era una taza con esa figura sino ¡las dos!... un corazón en cada una, quizá consolándola por el desprecio de aquel o, al revés, consolando ella misma a sus tazas... pero qué cómodo le era sorber de ellas.

   

 

   
                 

 

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