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14.Oct.18
por
Carlos H. Vázquez
Cuando los vientos beben agua
llenan sus lenguas de tierra
tejen la polvareda blanca
para hacer visible el decoro.
No sin pudor, dejan la puerta abierta
al interior
de sus fauces
para que siempre que
quiera
por allí se marche el
agua.
Nunca sacia su sed
pero se marcha,
porque siempre termina
creyendo
que nunca debió beber,
no debió beber, no debió
beber;
y se va tosiendo en
círculos,
como en vaivén de
ebriedad;
y pone a secar sus nubes
hasta desaparecer.
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Queda como un
presentimiento eterno
la maldad,
por eso, voltea el ser
para otro lado,
a lo que cree
que es bueno,
y termina yendo
al mismo sitio.
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A todo galope
miro el sentir
desde la barrera.
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