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De Saúl Ibargoyen

 

en Tulancingo cultural

 
 

 

 

 

 

     
  Homenaje en Bellas Artes al poeta uruguayo mexicano Saúl Ibargoyen  
     
     
     
 

 
     
     
   

 

El pasado 8 de abril, se rindió homenaje al poeta uruguayo mexicano Saúl Ibargoyen.

En la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, en la ciudad de México, se reunieron amigos, alumnos, compañeros y familiares para festejar a este gran poeta que ha dado más de 60 libros y ha merecido múltiples homenajes y reconocimientos por su trayectoria.

El homenaje estuvo a cargo de Alma Karla Sandoval, Fernando Corona y Ulises Paniagua.

 
 
 

 

 
 

 
     
     
 

 
 

 

 
 

Fernando Corona, Saúl Ibargoyen, Alma Karla Sandoval y Ulises Paniagua.

 
     
     
 

 
     
     
     
 

 
     
 

Saúl Ibargoyen y Mariluz Suárez.

 
 

 

 
     
   
   

 

 

 

 
     
     
     
 

 

 
     

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

26.Abr.14

 
     
     
     
  Ibargoyen, el portuñol y la novelística contemporánea en América

 

Ulises Paniagua
(Leído en la Sala Manuel M.Ponce, del Palacio de Bellas Artes)

 

“El espíritu grande fala pur cualquer boca, e cualquier forma é una forma cualquiera, mulier ou cavalo, e los ojos sao os cuatro ventos que moran no ar, respirando aires de cima e aires de baxo…”

Saúl Ibargoyen

"Carimbao, brasilero, bayano, entreverado, misturado, fronterizo o portuñol, el término potuñol es de procedencia urbana, y fue creado por la clase culta. No obstante, el término fue adaptado por todas las clases sociales y por los propios hablantes del portugués uruguayo”. Éste es, en palabras de Antje Hübel, el origen de un idioma que cuenta, entre sus mejores exponentes, con el nombre de Saúl Ibargoyen. El escritor uruguayo-mexicano, asiduo a visitar desde su juventud la provincia de Rivamento, retrata a los personajes, sus desgarraduras y sus melancólicas alegrías, con la crudeza que templa a los maestros.

De Ibargoyen -exiliado tras la dictadura de Bordaberry en la negra noche del 27 de junio de 1973- ha destacado la obra poética de ritmo demoledor, de ejercido feísmo donde se aprecia la búsqueda de la belleza y el amor a pesar de las circunstancias y el sufrimiento: amor hacia el mundo, hacia la mujer, hacia uno mismo, en asertividad con la filosofía sufí. Los diversos premios recibidos en su país natal y los recibidos en México, donde destaca el Carlos Pellicer 2002, representan un mínimo reconocimiento para una obra profusa, particular, experimental y beligerante, de versos emparentados con las teorías del tiempo y el movimiento continuo.

El poeta ha sido escuchado de manera amplia, es cierto. Pero Saúl Ibargoyen, el otro Saúl, el novelista, la otra o las otras voces que se violentan y acentúan, que armonizan e indagan, que habitan cada uno de los cielos y los infiernos de un nombre construido con cuatro letras; este Saúl narrador ha sido mucho menos leído con atención, de manera injusta por cierto (a pesar de una labor ardua que ha ejercido a la par del oficio poético).

Desde que publicó su primera novela en México, en 1982, Ibargoyen ha sido infatigable. Ha legado más de media docena de libros que se insertan en el género: La sangre interminable, México, 1982, Montevideo, 1987; Noche de espadas, Cuba, 1987, Montevideo, 1989, México, 2005; Soñar la muerte, México, Montevideo, 1993, 1994 y 2002; Toda la tierra, México, 2000 y 2002, Montevideo, 2000, Francia, 2013; La última copa, México, 2006; Volver, volver, México, 2012; y Llorar pa” delante, Montevideo, 2013.

Las novelas ibargoyanas muestran un mundo complejo entre amores imposibles, entre seres desgarrados que buscan el licor de la sabiduría y la meditación en la próxima copa al más puro estilo de Omar Khayyam; o evidencian el profundo desconsuelo ante el retorno a una patria que parece ajena, el desasosiego del que no sabe de dónde viene y hacia dónde va. El exiliado, en su obra, no es de ninguna parte pero habita la tierra, se ha convertido en ciudadano del mundo a la par que es celador del más profundo de los vacíos. Quien arrebata a otro la manera de disfrutar la vida dentro de su cultura y su comunidad, desterrándolo, comete un crimen terrible con la intención de borrar un rostro; pero, sin saberlo, lo dota de una mirada poderosa, lo viste de ojos a través de la piel. Incluso los aciertos, los errores y los horrores del país, a distancia, parecen más descifrables. El escritor, el artista, vuelve el exilio contra quien lo dicta.

Como extenderse en el análisis de cada una de las novelas sería vano y pretencioso, en este estudio nos avocaremos a la obra reciente del autor. En la trilogía conformada por los títulos Sangre en el sur, El torturador y Volver volver, son recurrentes los temas: el amor, la dictadura, la tortura, el exilio, el anhelo del retorno, el desencanto al regresar, en palabras que comparte Gustavo Ogarrio. El autor asegura, con respecto a esta trilogía, que se trata de una serie de novelas en las que se permitió hacer una especie de ajuste de cuentas de carácter familiar, con la finalidad de encontrar un equilibrio emocional y afectivo. Estamos ante un cuestionamiento palpable hacia la condición humana y ante las vejaciones a las que se somete a la libertad. Quien ha sido violentado apenas puede borrar con su sangre las huellas del miedo. La tortura es un tópico que desearíamos desaparecer de América Latina, no por un acto de omisión, sino en la búsqueda de erradicarlo de facto. En Sangre en el sur y El torturador se inscribe un amargo canto autobiográfico, una necesidad sublimada en denuncia. Las intenciones pueden ser explicadas por el autor en referencia a los métodos violentos como sistema de represión: En verdad –dice el vocero de ambas novelas-, creo que la tortura opera en varios niveles. La aplicación de ese método destructivo de sometimiento implica efectos a largo plazo, más allá de la búsqueda de información o de implantar un miedo paralizante en el conjunto de la sociedad. Eso promueve un vínculo, que puede estirarse históricamente, como de mutua atracción entre el sujeto-Estado que realiza la tortura y el objeto-sociedad que la recibe. Por lo tanto, esto supone la existencia de una memoria que busca dolorosamente la verdad y la justicia, y de otra memoria que pretende convertir su discurso en una verdad ficticia y perversa. En tal sentido, creo que las zonas de mi narrativa en las que se da esta temática presentan, al menos, una posibilidad de ajustarse a un momento histórico en que, para algunos países del Cono Sur, se está acentuando el esclarecimiento de los incontables crímenes de lesa humanidad cometidos en los años 70s y 80s.

En La última copa nos hallamos ante la confesión de un alcohólico, duro testimonio del dolor, el espanto y el encanto del licor y su progresivo abuso. ¿Qué nos acerca al vino? ¿Por qué es tan difícil desatender la necesidad de desparecer a través de su ingesta? “Los tragos todos son uno solo; tal vez como las mujeres, que todas se resumen en la que uno está amando”, afirma la voz narrativa. Avanzamos por los callejones del vicio no de la mano, sino con los ojos vendados, empujándonos contra paredes escarapeladas, trompicándonos hasta el blando suelo lleno de miasmas para salir de la lectura, con raspones, con la cara embarrada; porque no hay forma de salir limpio del infierno de La última copa. El personaje, cuyo nombre no nos es revelado, realiza un recorrido desde aquél día cuando probó la primera gota, justo en la solitaria intimidad de la casa de infancia, para arribar a bares de mala muerte y hoteles de aromáticas costras donde amó mujeres sin nombre y sin esperanza.

La estructura de la narración es digna de cualquier prestidigitador. He aquí uno de los grandes hallazgos en la obra de Ibargoyen: los sucesos no son expuestos en orden cronológico sino que se presentan como episodios en la vida de un alcohólico, con la entropía que funciona como alta metáfora de los postulados de la mecánica cuántica, en este y otros libros. No hay pasado ni futuro, no hay arriba y un abajo; el tiempo y el espacio son relativos, una envoltura que resopla contrayendo y expandiendo a través o a pesar de cualquier determinismo. Si tuviéramos que comparar lo radical de la propuesta para contar una historia en su vasta obra, deberíamos reconocer el nombre de Saúl Ibargoyen como un revulsivo, con esa forma salvaje, disidente, que disfruta lo lúdico al destruir y construir a partir del todo y de nada. A la manera de Samuel Becket, de William Burroughs, de diversas novelas-ensayo del siglo pasado, como las de Cortázar y Onetti, el autor -radicado en México desde 1976- demuestra valentía, convicción y perseverancia en su propuesta estética. Para aquellos que gustan de las etiquetas podríamos asegurar que nos hallamos ante una de las obras más postmodernas de la contemporaneidad latinoamericana. Sin embargo, existe también una tradición profunda que permea a través de sus páginas, un absoluto respeto por los antiguos. Queda expuesto el gusto por Cervantes, por el buen vocablo, por la sonoridad y la negación de cualquier cursilería. Ibargoyen es un transgresor ante las formas timoratas de nuestros días, es ajeno a los facilismos y al best seller. Alejo Carpentier escribe: Los mundos nuevos deben ser vividos antes de ser explicados. Ibargoyen dota de sangre y de respiro a cada uno de sus mundos. Construye ciudades: Ríomar, una metáfora de Montevideo; Rivamento, ciudad fronteriza que comparte similitudes con las de otros escritores como Ademar Alves o Tomás de Mattos. En Rivamento se recrea un submundo fronterizo donde los personajes manejan un lenguaje que puede alcanzar desde lo simple hasta una sabiduría enciclopédica, emergiendo entre la verborrea y el discurso ontológico.

Ibargoyen es, ante todo, irrepetible. El desorden de la forma en su estructura narrativa es un manifiesto. Buscando entre sus palabras, podemos garantizar que en este laburo se escribe como se bebe. Cito al autor: en la cuestión de los tragos, como en la guerra o en el amor, sabemos –si es que sabemos- cuándo empieza pero no cuándo termina.

En la novela Volver, volver (una de mis favoritas), nos hallamos ante el impacto emocional de un hombre que viene a buscar su pasado, el recuerdo de su propia Comala, por así decirlo; para enfrentar una urbanidad que ya no le pertenece. Las maneras de la gente, las calles, los cafés, incluso la ideología, todo parece distinto, se mira a través de un lente borroso o una pesadilla febril. Dice la escritora D Santos, acerca de esta novela: En ese intento de recuperar lo perdido, Leandro, el protagonista, se adentra en los lugares de antes, queriendo encontrar en esa calle o edificio conocido su identidad… para no sentirse lejos de todo y sin estar cerca de uno mismo…Nunca se regresa del todo porque jamás nos vamos totalmente, afirma Ibargoyen en relación a la experiencia del exilio, en una frase que encierra la tesis de dicha novela. En el desenlace, un encuentro con un anciano ciego -fabulación borgiana que no tiene nada de borgiana-, encierra una metáfora o una parábola –es arriesgado precisar- acerca del enfrentamiento con el sí mismo, a nivel individual y nacional. Una propuesta que se aventura a la libre experimentación del lenguaje, acercándonos a un estilo misturado: Esos modos tuyos de hablar, esa fuerza, esa especie de pasión por la verbalidad más certera o más precisa, decime, ¿de dónde vienen, de dónde te llegan…? …Cuando me lancé a este regreso a Ríomar –respone Leandro- pensé que ya me había hecho todas las preguntas, que me sabía todas las respuestas…Volver, volver es una novela inscrita ya en el estudio de las letras hispanoamericanas del nuevo siglo.

 
     
     

 

 

 

             

 

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