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		 Maricela 
		Guerrero     
        
		Poema en que se retoma el
		beatus ille 
		
		  
		
		No sé qué pero yo, hoy ni 
		mis muertos 
		
		con Mahler y toda la cosa, 
		ni Pearl Jam, ni la santa suerte 
		
		de vivir en un 
		departamento sin jardín interior exterior  
		
		---ni una plantita, vamos 
		ni sapos, palmerines--- 
		
		pastizales; 
		
		no concreto la imagen, la 
		heráldica de cada cosa: por ejemplo, los 
		
		ingenios azucareros, sin 
		dulce nada --un terroncito--. 
		
		Sabíamos que se nos iba a 
		subir el azúcar a las barbas, 
		
		habrá que sintetizar 
		proteínas, carbohidratos, semen sintético; 
		
		azúcar fermentado: alcohol 
		–OH; 
		
		con todo, ni la química la 
		biología entiendo, 
		
		nadie sacó oro de las 
		piedras, tampoco vida eterna ¡benditos! 
		
		Pierdo los dientes, el 
		cabello: 
		
		las uñas crecen (se 
		entierran) con los años.... 
		
		a los señores del 
		belive or not: 
		
		un hombre de India o 
		Pakistan o de Almería (exóticos lugares modernistas) 
		
		no gustaba de cortarse las 
		uñas y de todo le hacían hasta subirle 
		
		los calzones: 
		
		cuarenta y dos centímetros 
		de calcio y años y años y años de 
		
		sacrificio para que las 
		uñas crecieran tangencialmente; 
		
		si así los pechos 
		crecieran, Dolly Parton, seríamos qué cosa; 
		
		pechos como melones (melus- 
		melitus) de nuevo la dulzura, baladas 
		
		Dafnis y Cloe cosechando 
		melones del verano, 
		
		pese a que los pechos no 
		crecen después de los dieciocho, 
		
		a menos que la gestación y 
		no amamantes, pero se cuelgan como 
		
		el cordón del teléfono (yo 
		te llamo) o la piola del ahorcado. 
		
		Después de todo, no somos 
		eternos: 
		
		gocemos del abril y mayo 
		que ya vendrá el agosto, 
		
		una golondrina de sí sola 
		no hace verano, no crecen los pechos 
		
		ni las uñas, créalo o 
		no.... 
		
		polvo seremos, y a estas 
		alturas, vaya a saber si polvo enamorado; 
		
		quizá enormes pechos 
		consagrados por el celuloide, los platillos 
		
		mahlerianos, qué otra cosa 
		
		el azúcar se disuelve
		 
		
		te friega los dientes y 
		las arterias, 
		
		por eso los ingenios y 
		sólo te pagan las horas de la zafra, 
		
		zafremos palabras dulces 
		del verano, 
		
		ferméntense que ardan –OH, 
		también mis muertos, 
		
		scripta manen, 
		todo se combustiona, 
		los cuerpos 
		
		se corrompen, desaparecen,
		 
		
		el pelo, las uñas 
		
		polvo polvo nada. 
		  
		  
		  
		  
		  
		Carmen 
		
		  
		
		Preparar chayotes es un 
		acto recurrente que irremediablemente 
		
		me recuerda a mi abuela: 
		
		Carmen: 
		
		la que lloró de rabia y lo 
		aborreció todo el día 
		
		en que la muerte se sentó 
		en la orilla de su cama; 
		
		la de los aires de 
		grandeza y familia aristocrática 
		
		la de liposucción y 
		estiramiento y dentadura nueva 
		
		27 años, ha. 
		
		  
		
		Preparar chayotes, 
		parirlos… 
		
		  
		
		La de la Viuda Negra, 
		Cherry and Grand Manier y Johny Walter red, blue and black label: 
		
		nombres que pronunciaba 
		con mucha clase y que traía de la frontera. 
		
		Jugaba a policías y 
		ladrones —amasaba una fortuna, dijeron— 
		
		Carmen Capone del 
		Peralvillo Orol, 
		
		bodegones de tapanco en 
		vecindad que decía: muy decente. 
		
		Carmen de Tokio, Madrid, 
		Turquía, siempre tendrá un París, 
		
		sus propiedades, sus 
		fincas: hacendada, acorazada, mi abuela la de las acumulaciones. 
		
		Nació en el 27, siglo XX, 
		bailaba a escondidas de su madre, instantes de su fugacidad; 
		
		zurcía las medias hilo a 
		hilo, eso dijo: “allá en la Guerra” mientras grandes abría los ojos. 
		
		  
		
		“Ponles sal, ráyalos muy 
		fino”, también decía. 
		
		  
		
		Yo le quería con toda el 
		alma,  
		
		como se quiere sólo una 
		vez 
		
		eso llorando cantaba con 
		los ojos y nadie la veía, mi abuela: 
		
		  
		
		la que jamás llamó a mis 
		novios por su nombre y se reía. 
		
		  
		
		La que a lomo de mula 
		partió en busca de su hijo, el pródigo que vino a morírsele en los 
		brazos: San Marcos, Querétaro, Vallarta, a lomo de mula, el loco, el 
		artesano, su oveja descarriada. 
		
		  
		
		Carmen, la que se iba al 
		teatro sola: Brodway decía también las Vegas, Avenida Juárez. 
		
		La de zapato fino y 
		maquillaje, afeites de una Carmen Bovary, y alguna vez fue dulce: 
		
		recogió el cabello de mi 
		madre y la besó y le dijo que era buena. 
		
		  
		
		
		Sicialianos 
		por salecianos les decía a los padres de la Cosa Nostra Don Bosco, 
		sonrojada ante sus hijas las maestras; 
		
		la aristócrata, 
		descendenciente de un poeta xochimilquense ya olvidado, y malamente muy 
		romántico, abuela. 
		
		  
		
		La que cultivó canarios a 
		la muerte del abuelo y dejó de bailar. 
		
		  
		
		Preparar, chayotes, 
		parirlos. 
		
		  
		
		La de los últimos días de 
		costumbres japonesas, la abuela de kimono, faroles, cajitas rojas, 
		porcelanas y zapatillas de dormir muy breves: 
		
		  
		
		Carmen. 
		  
		
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