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  Mario Zepeda

 

D.F.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

4.Feb.15

 

 

Te veré en mis sueños

Por Mario J. Zepeda

 

 

Las manos de Juan Urbano, escritor, aún vuelan casi ágiles sobre las teclas de la computadora. Son conducidas por las últimas ráfagas de una jornada fecunda en inspiración. Si, pero agotadora. La noche y los años pesan ya sobre sus ojos.  Es la luna después de la luna. Hoy escribe para recordar y homenajear sus primeros encuentros con Irene, dos décadas atrás:

             de pie, detrás de ti

             rozo las palmas de tus manos

             que en respuesta

             hacen tibio hogar para mis dedos

             

              me acerco más

              beso suavemente el cuello

              tu hombro salta como conejo feliz

             

              Contrayéndote

              inclinas la cabeza y cierras los ojos

             

              el breve gemido-risa que emites desboca mis ansias

              que se sienten autorizadas para conquistar

                        nuevos territorios de tu piel

              poso mi mano en tu boca, el premio es un ósculo

                        y la humedad de tus labbbbbbbbbbbbbbxgfr55….

 

Cabecea.

 

No puede más, pero –piensa- debe continuar, vencer el cansancio. Urgente entregar su escrito a la amada ausente. Se para. Se estira cuan largo es.  Se frota prolongadamente los ojos. Relee. No le convence lo redactado. Intentará otra frase.

 

En el radio portátil la melancólica locutora del programa nocturno informa: “Nueva York. Nueva protesta en Wall Street realizada por los ocupas. Asistió, en muletas, el  cantautor norteamericano Peter Seeger de más de 90 años. Reconocido por los asistentes fue saludado con cariño. A continuación dos de sus canciones más famosas: We shall over come y Turn, turn, turn

Juan recuerda los años en California, como indocumentado, en la década sesenta. Rememora los programas en televisión de Buscando al arco iris (Rainbow Quest) que dirigía Seeger. Los miraba en blanco y negro junto con el nutrido grupo de migrantes alojados en aquel sótano-refugio que era su hogar, casi prisión. Magnífico y atrevido ese Pete: siempre con un banjo en la mano conversaba y tocaba lo mismo con Bob Dylan, que con los más desconocidos bluseros y folkloristas de la época,  fueran negros o blancos. La música debía unir  a los pueblos, decía. Así, un día entrevistó a Phan Duy, cantautor vietnamita, en los meses en que ascendía la invasión yanqui. Lo hizo  cantar y explicar en esa sesión, desde melodías populares rurales hasta bélicas canciones de la resistencia anti-intervencionista. Los racistas lo odiaban y rabiaban con sus emisiones.

Pero ahora Juan decide continuar con los asuntos de su nostálgico corazón. Necesario completar el  homenaje a Irene. Siempre supo que terminarían pero la relación fue luminosa. Se daba fuerzas con aquella frase de Silvio Rodríguez: “te amaré, aunque tenga final”. Nuevo intento de escribir sobre su primer acercamiento físico consecuencia del pleno roce de sus almas.

                        De pié, desde atrás

                        mis manos avanzan en tus hombros recorriendo el cuello hasta el                                  

                        escote de la holgada blusa                     

                        los dedos –jugueteando en el borde entre la tela y tu piel- se                  

                        atreven hasta la frontera del sostén

                        “¡eeey!”

                        protestas más bien suave que enérgica

                       

                        tus manos contienen por un momento el avance de las mías

                        apretándolas justo donde inician tus hermosos senos

                        yo presiono un poco para

                        avanzar hacia las cumbreeeeeeereteymmmmkkkk

Cabecea nuevamente. El sueño lo está venciendo. Ya no resiste como antes. Se vuelve a levantar dirigiéndose al baño para remojarse la cara.  Se sirve un café. Vuelve a estirarse. En la radio Pete Seeger ahora canta “Forever Young” de Bob Dylan. Juan se distrae con la letra:

“Que dios te bendiga y guarde siempre/ que todos tus deseos se vuelvan realidad /que siempre hagas por los otros/ y dejes a los otros hacer por ti”

 

“…que crezcas para ser justo/ que crezcas para ser sincero/ que puedas conocer la verdad/ y ver las luces que te rodean/

que puedas permanecer por siempre joven/ joven por siempre”

¿Por siempre joven? Vaya  ironía. En el espíritu tal vez, ¡si!; ¿pero el cuerpo…?

“…que tus manos siempre estén ocupadas/ que tus pies ligeros sean siempre/

que tengas fuertes principios/ para cuando los vientos cambien de dirección

 

que tu corazón esté siempre alegre/ que tus canciones siempre sean cantadas”

En este momento logra retomar el escrito de su carta homenaje:

                        De pie detrás tuyo

                        mis brazos te rodean recargando tu espalda en mi pecho

                        recuestas la cabeza contra mi mentón

                        el aroma de tu pelo me inunda y embriaga

                        te beso la mejilla

                        volteas la cara y besas mis labios

                        Estrecho mi adelante con tu atrás

                        así, apretados, a empujoncitos, nos vamos aproximando al sillón,

                        nos besamos largammmmmmmm.,.,mm.. . .    .    .      m .    .    .    .    .    .    .    .    .

Han pasado varias horas. En la radio suenan las noticias vespertinas. El agente del ministerio público da constancia de la muerte frente a su computadora, de Juan Urbano, masculino, tal vez 82 años, ocurrida cerca de las 4:32 de la madrugada. Al parecer un infarto. La casera se atrevió a usar la llave copia porque Juan no respondía, y llama a Irene de 46 años para que dé fe del levantamiento del cuerpo. No se le conocen otros parientes o amigos. Ella llega acompañada con su novio de 48 años. Triste realiza el trámite, avisa a un nieto de Juan  que vive en provincia y se retira. Sobre la impresora quedan las hojas del escrito que no fue ledo. “Buenas noches Irene, te veré en mis sueños” se iba a llamar.

 

 
     
 

 

 
 

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