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Leticia Herrera  
   

 

 

 

 

 

 
 

17.Oct.22.

 

 
   

Aline Pettersson

Unas palabras sobre DECÁLOGO DE LA ENVIDIA de

Leticia Herrera Álvarez

 

 

 

 

 

Hablar sobre este libro y su autora es un gran placer para mí. Conocí a Leticia hace ya muchos años cuando yo impartía una clase en la Escuela de Escritores de aquí, la SOGEM, a la que ella asistió. Querría comentar que de ello ya caminó el tiempo un trecho largo. Los maestros (yo al menos) solemos guardar en la memoria el recuerdo de alumnos o muy buenos o muy malos, ya que en ambos casos, aunque contradictorios, la mente los conserva por fuertes razones opuestas entre sí. No creo necesario aclarar en cuál categoría estaba inscrita Leticia.

La verdad, pasaron muchos años sin habernos reencontrado; hasta que hace poco sonó mi teléfono y unos días después vino ella a visitarme, libro en mano, para invitarme a presentarlo hoy aquí.

Acepté, desde luego; sin embargo, debo decir que cuando uno acepta, toma un riesgo si no se conoce el libro; ya que un segundo antes de decir que sí, invade la duda: ¿y qué tal que no me gusta, o que no me puedo conectarme con él? Claro que aquí eso no sucedió.

Aquel día, después de que Leticia se despidió, lo empecé a hojear y me encontré con la grata sorpresa de que tiene varios dibujos, de muy hermosa hechura también de la autora. En ese mismo momento pensé en hablarle para que alterara el título y le agregara al decálogo un número más "Once motivos de envidia", añadiendo la mía. La obra, por lo atractivamente forjada, me atrapó.

Desde luego que Herrera no es la única persona que ha escrito

sobre su infancia y además es probable que no sea absolutamente copia fiel de esos años: olvidos voluntarios o involuntarios que son los de cualquier escrito con tintes autobiográficos. Y eso es, en realidad, irrelevante. Estamos leyendo una obra literaria y no una hoja de historia clínica y, de cualquier forma, la propia historia clínica no es un 100% exacta.

Es verdad que muchos autores han escrito sobre momentos de su infancia, sólo mencionaré a mi admirado Marcel Proust que la evoca; sin embargo debo decir que lo que hace diferente a este "Decálogo" es que la autora logra recuperar de una manera creíble y conmovedora el pensamiento de aquella pequeña niña lejana, en varios textos no se trata de la mujer adulta rememorando, sino de la pequeña observando, pensando, sacando conclusiones sobre ese momento, y yo se lo creo absolutamente. Vuelvo a la niña, aquí ya evocada que piensa en "la tienda donde se venden plumas y cuadernos y triángulos de caramelo amarillos y cubos de colores que te duran mucho rato en la boca." La de mi propia infancia se llamaba "La Barata". La recordé de inmediato y casi estuve a punto de pedirle a mi mamá que me diera un "quinto" para comprar un pirulí, moneda y dulce ya muy en el pasado.

He recibido una sorpresa grata, muy grata, encontrar y creer en las sensaciones o quizá mejor sería llamarlas percepciones sensoriales de la pequeña al contacto con el biberón, al contacto con el mundo que le va despejando sus misterios. Entre las narraciones, rememoraciones, una especialmente conmovedora es "El descubrimiento de la noche": "levanté la cabeza ... y me encontré con que el color azul del cielo no estaba donde siempre... Había descubierto la noche."

La niña va creciendo, para a los seis años, enfrentarse a la historia de Blancanieves aunque, desde México, ni paisaje ni clima del relato corresponden a lo que ella conoce hasta esos momentos.

Es curioso porque, además del placer por el arte, la literatura y la escritura, comparto con Leticia el descubrimiento, en la infancia, de la miopía. Para mí, hasta antes de mis lentes intraoculares, esa forma de ver, sin anteojos, donde a medida que se acerca uno a aquello que se descubrió a equis distancia, se va transformando en un objeto diferente mientras uno avanza; y aunque Leticia no lo menciona en su libro, me imagino que también debe haberle sucedido, así, la imaginación del miope que escribe se nutre de un paso al siguiente. Se ve menos, pero, imaginando, se ve más, porque al acercarse, se modifica y concreta lo que el miope suponía distinguir a lo lejos.

Y, así, narrado con delicadeza brillante y encantadora, Leticia Herrera Álvarez va conduciendo a sus lectores, no sólo por las páginas de su libro, sino por el despertar de la infancia que se va apropiando de su entorno, al tiempo que quien pasea por estas páginas, se llena de placer y añoranza mientras va recordando, quizás, aquellos años lejanos en que los secretos a su alrededor se le despejaban paso a paso.

Felicito a mi querida Leticia por convocar, evocar e invitar a sus lectores a la reinterpretación del propio aprendizaje vital. Y empujados por el Decálogo de la envidia tal vez se escriba colectivamente. "El infinito de la envidia de todos los aquí presentes", antes, mientras y después de congratularla por su hermoso libro.

Septiembre 5, 2022.

 

 
     

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