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29.Noviembre.18

 

 

Mis ojos para Cristina

(Para el poemario: “En una Suerte de Poemas” de Cristina de la Concha)

por Carlos H. Vázquez

 

   
                 
 

 

 

para adquirirlo, comunicarse con  cristinadelaconcha y/o tulancingocultural @hotmail.com

 

cristinadelaconcha@hotmail.com

 

 

 

       

 

Aquí me planto, Cristina; no puedo entrar ¿Qué haces rayoneando el cielo de todos nosotros? ¿Qué haces en esa niña chocarrera? Das de comer al criadero de huracanes, alguno llevará tu nombre un día, y será devastador; pero eso no te importa. Los alimentas de uñas de nitroglicerina, de ungüentos lacustres, del barro donde antes pernoctaban las ciudades. Los alimentas de sambenitos y botargas vudú.

No puedo entrar, porque desde aquí se mira todo. De este lado, y de este otro;  tú y tú. La una ignorando a la otra, que hacen lo mismo, mientras se cubren de toda esta tierra mestiza. A veces aplaudo, otras me reservo a dar testimonio desde el carnet científico. Mientras en secreto a voces se escucha la verborrea insoportable en la cabeza. Dicen que te dedicas a espantar en una casa del Olimpo, a los habitantes de cierta familia aspirante a pequeño burgués:

“Con aguas quietas/ tras arreciante tormenta/ enjuago mis manos/ en perdón/ y aceite de lima.”

Y no te percatas de todo este sembradero de hierbas, de toda esa fertilidad que nace de tus manos, y te das al regaño y te lavas los pecados de toda responsabilidad, de todo el huerto de Getsemaní, donde es aprehendido el salvador de los árabes, mezclado con intermitentes tunas, águilas y fundaciones tenochcas. Lo que es bueno, porque hay un más allá de la humildad creadora.

“…hilo de cuentas/ quien esta suerte/ a puntos negros/ tino diera.”

Ruega Cristina por nosotros los pecadores, a la hora de la vida; que has dejado acá sembrada en el camino de los justos. Dicen que se aparece una niña blanca, bajo las ceibas del camino maya; mitad tolteca, mitad de la mitad, morisca, y que la otra mitad que sale de las mitades cuánticas de las almas, corre por las parcelas de la palabra, y envenena las nostalgias de toda aspiración a la tiranía.

Algo hay en el viento, un murmullo, una voz, algo que no se escucha entre los gritos; te agradece la espantadera. Hacen fogatas y cuentan: a mí me jaló las patas; a mí me cogió de la corbata; a mí me puso a bailar un twist del puro miedo. Trata de recordar, Cristina, trátalo aunque te quedes estacionada en la memoria, de cómo te fuiste buscando por curiosidad los duendes, las hadas, los enanos del circo; por puro divertimento, por ese divertimento que se disfraza de tragedia, y se pone a espantar incautos.

Recuérdalo, y te metías en la boca de la alfombra disecada; y no salías en toda la madrugada; y decías que era el nagual que te andaba comiendo del vestido blanco, y te transportaba a las cataratas de la noche; el cable de la aspiradora, y la aspiradora misma; como un tobogán para ir y venir del país de las maravillas; y en un santiamén, sin que nadie lo notara; comenzaron a trasminarse todas esas transformaciones. El país de este lado, como un calcetín volteado, por la imaginación luminosa, por la provocación, por la continuación del juego de las escondidas de la niña eterna. Te venían persiguiendo con todos sus simbolismos: los Goethe, los Dante y los Wilde. No chingues Cristina, no juegues con esos cabrones. De principio, todo el infierno de la Divina comedia, aterrizándonos con todo su despliegue poético-italiano.

¿Y ahora qué hacemos con todo éste regadero de fósiles? Con esta noche de Walpurgis, con esas osamentas que se creen Dorian Gray. ¿Dónde le cabe a este país-aspiradora toda esa magia romántico-simbólica?

“…ni más ni menos/ era aquel/ que de rojo y cola larga vistiera/ desde inmemoriales tiempos”.

Cristina, ya no te escondas, ven y respóndeme de facto. ¿Crees que a Dante le haya tocado la choya, la idea esa de traerse entre la capa, todas esas maldiciones de la octava dimensión, así como detrás del mostrador; sirviéndole copas al demonio, y dejando que se conjugasen los hechizos del poeta y los de aquél sin imaginación? ¿A qué puede referirnos aquél infierno de Dante? ¿Será que como tú, a su vez que iba y venía de un lado a otro; iba quitando los disfraces del poder sobre esta tierra? Y ya no se diga Goethe, o Wilde; con toda esa jauría de hipócritas desenmascarados: sacerdotes, tiranos, caciques, marqueses, esquizoides, inquisidores, lamecuios, vendidos, colaboracionistas, infiltrados; todos confinados al infierno, desde la pluma voraz con alas de ultratumba.

Y en el banquete mesoamericano, los meseros ponen en charola de plata, para los voraces dioses animales, a imagen y semejanza de sus granjeros; por 43 veces, 43 corazones encebollados; y las lágrimas que aportan sus madres desvencijadas por todos los tiempos. ¿Cómo es el infierno acá, Cristina? Lo relatas, lo denuncias, lo pones en canal a nuestros ojos; no porque no se vea, sino porque hay incautos que piensan que eso se encuentra más allá de la muerte; y yo que no me entero, así mismo lo pregunto. Sólo por no quedarme con mis ojos para Cristina, como un testigo del alma chocarrera, que trae del Mictlán la superficie doliente; porque le apetece jugar a la rayuela; desde la tentadora tiza de sangre.

Porque/diaman/te mí/ de túus/besos di amante/Porque/diaman/ te sol/te luz/que da a vastedad y ama antes/de que te muer/da oquedad y ama ante/todo ama/dad y ama ante/todo ama.”

Y te pones a tirar la teja, y a saltar con el diamante perdido, entre las comillas del amor. Saltemos pues, por todos esos logos indescifrables de sangre ¡vas tú!.

Un hilito de sangre, y uno de esperanza; la trenza del destino de esta tierra ¿pero dónde fue que se ha quedado la esperanza? Ya me perdí, y tú te vuelves a ir al juego de las escondidas. Qué traerás de más o de menos entre manos a tu siguiente llegada. Que era juego, que no se nos vengan entre el trigo, la cosecha de cizaña, y de las lágrimas; que estábamos jugando a espantar a los habitantes de la casa de los muertos, y ya nos contagiaron su amargura.

Al menos te ha dado ya por poner alrededor de la boca de la alfombra la advertencia: no pase, precaución, el que entra aquí pierde toda esperanza, no sean pendejos, dejen de fumar esa mierda, les van a partir la madre, les van a encebollar el corazón; ah, si serán pendejos. Y en el radio del agujero negro, todos los advertidos, con todo y sus hologramas y sus fingimientos de felicidad; se van, estatuados, roídos del alma, perdidos de manera inevitable. Ya no le pongas advertencias a esos entumecidos, Cristina; que para ellos, el semáforo amarillo, es toda una estratagema publicitaria para ser devorados por la boca de la alfombra., y a ella acuden encantados.

Corres a tender el boceto del amanecer, a tierras ignotas; en línea perfectamente recta, muy a distancia del averno; te alcanzan a fracturar las alas en orificios filosos con flechas de azufre. Entonces se te ocurre el miedo, como otra forma de jugar; qué buena idea. Y mientras nadie te busca más; desde acá le piso el centro a la retícula del amanecer, para que puedas extenderlo, sin que se nos doble en una mueca de cobardía y que por ahí terminemos también siendo, junto con todo el paquete, parte del limbo de los días no nacidos.

“Cómo cerrar ventanas/ puertas y zaguanes/ se batieron sus alas/ como las bisagras/ y los párpados.

Se acomodan las cordilleras, el pañuelo es un mundo, si se estira un poco más se vuelve parte de la tierra junto con todos sus damnificados. ¿En qué momento se volvió todo esto tan severamente serio? Hasta se me ocurre pensar en ese mito de la edad adulta, como algo verdadero;  por todo lo triste que se respira desde tan bajas alturas, a donde nos fuimos metiendo. También, tú dices, así se bocetan los días; sin olvidar que muy necesario es que sea de noche. ¿Para qué iba a quererse fabricar un día, de día? Mas el inconveniente, es que los días siempre salen defectuosos, porque de noche se hacen, y a menos que haya luna y voluntad, no se mira nada. Los colores son añadidos por efecto del milagro, porque no se atinan. Para eso necesitaríamos memorias privilegiadas, ojos aguzados de lechuzas, cazadores de campo. Ir ensortijando todo lo que quepa, o lo que se adivine que cabe; porque siendo noche, nunca se sabe.

Y mientras al sur estiras el manto del día por venir, yo sigo aquí mirando cómo se van yendo por la boca de la alfombra, muchos más incautos; toda mi generación y la que sigue y la otra; arte para la utilería, ido todo a la chingada. Que mientras toda advertencia es juzgada una exageración, cosa de locos; que mientras las fosas, los agujeros negros, la calamidad inunda la tierra; éstos se meten solos a la perdición, se disfrazan de vampiros, hacen slam y se ponen en cuatro por la publicación de un libro sin fondo; sin denuncia; sin sensibilidad de todo lo que es evidente y pasa ante la tozudez de la ceguera. Yo ni les digo nada, nomás veo cómo se brincan las cintas de precaución y se van saboreando el precipicio; tiene su gracia, después de todo.

“…porque el arte es su enemigo/ pero el arte en sus manos/ se arma contra los humanos/ a los descreídos de estos/males existentes/abusivo el chahuistle/tendió oscura bruma/ unos surgieron guerreros/mas otros zafarse no/ lograron de esas garras.”

 

Caso omiso a tu advertencia, Cristina;  afortunadamente. Como afortunada siempre ha de ser: “Esta suerte de poemas”.

 

Carlos H. Vázquez.

México, Noviembre de 2018.

 

 

 

   

 

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