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20.Sept.11

     
                     
   

 

Guillermo Samperio

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

       

 

El mundo extraordinario de Samperio

por Hernán Lara Zavala

Cuadernos de Lectura de la UNAM (2002)

Si como en un psicoanálisis alguien me preguntara cuáles son los epítetos que definen a la narrativa de Guillermo Samperio mi respuesta sería tal vez previsible pero sin duda contundente: lo extraño, lo extraordinario y lo humorístico. Esto puede constatarse en Cuentos reunidos, que acaba de publicar Alfaguara en su colección grande. Sus cuentos pueden ser breves o extensos, realistas o fantásticos, paródicos o dramáticos, pero en todos priva una manera inimitable de percibir el mundo. No en balde tituló uno de sus libros Textos extraños. Samperio, a pesar de que parece vivir dentro de este mundo, narra sus historias como si formara parte de otro mundo, un mundo distante, oblicuo, enrarecido e irónico. Me vienen a la mente varios ejemplos para ilustrar esta idea: un domingo, hace mucho tiempo, teníamos que inventar una historia para contarla oralmente en honor de Eraclio Zepeda. Guillermo, en su más clásico estilo samperiano, empezó a hablar moroso y titubeante. Explicó que durante alguna época él había sido guerrillero. Que además había sido alcohólico y que le había entrado a las drogas con ferviente fruición. Contó entonces cómo un día había tenido que viajar a Medio Oriente para traficar con armas y con drogas y en el curso del viaje había ido a dar a un pueblo cerca del desierto del Sahara donde se había encontrado con tres viejos que lo habían acompañado en su trayecto y con quienes había logrado cruzar las puertas desvencijadas del poblado aquel fantasmal y abandonado donde soplaba el viento y donde no había ni luces ni pisadas en sus calles. Que había recorrido con aquellos hombres aquel lugar sin encontrar ni gente ni animales. No recuerdo qué más contó. La imagen que me queda en la mente es la de que esos viejos eran tres ciudades que habían tomado el aspecto de personas para acompañar en su trayecto a un tal Guillermo Samperio, igualmente ambiguo y fantasmal, para llegar a la ciudad desierta, cruzar sus puertas y vagar por sus calles solitarias. A pesar del estilo monótono y dubitativo de narrar, le aplaudimos mucho a Guillermo por la originalidad de su cuento y por la manera como nos había logrado confundir al mezclar los detalles biográficos con un cuento tan descabellado como fantástico. Con toda humildad y honestidad, Guillermo aclaró, al fin de su intervención, que lo que nos había contado estaba basado en un cuento de Lord Dunsany. Al llegar a mi casa busqué en el libro de Dunsany y di con el cuento en el que Samperio se había inspirado. Era interesante, sin duda, pero era totalmente otra idea y otro cuento de lo que Guillermo nos había narrado.

Samperio percibe el mundo, lo procesa y lo transforma. Si Samperio entra en una oficina y le llama la atención un hombre “la mayoría de las veces moreno, delgado, un poco mal parecido a causa de una nariz ladeada o de un rictus en la boca que desarregla el rostro”, él no ve al joven ejecutivo en ascenso, servil y ambicioso a la vez, sino a “El hombre de la penumbra... quien comienza a habitar ese espacio infinito de la extensa noche sin tiempo”. Si en la misma oficina Samperio da con una señorita de blusa transparente y escotada, de conspicuo brasier, falda entallada, medias negras y tacones de aguja que se contonea ante los ojos lúbricos de los demás empleados eternizados en sus escritorios de metal, él no ve a la típica secretaria burócrata, buenona y provocativa sino que clasifica a todo un espécimen al que de inmediato nombra como “La mujer mamazota” para proceder a elaborar una detallada y amorosa descripción de su científico descubrimiento. Por último, al salir de la oficina Samperio se tropieza con un hombre que trapea el piso con un palo y una jerga. Él no ve a un empleado de intendencia, sino que descubre que por ésa y por muchas oficinas deambulan los fantasmas de la jerga “señores de un espacio que no les pertenece”. Y mientras narra y nos describe a sus estrambóticos y simpáticos personajes —entre los que vale la pena mencionar a la señorita Green, al pequeño gigante y sobre todo al filósofo Grotález—. La sonrisa “socarrona y salada” que Samperio le atribuye a algunos de sus protagonistas se vislumbra tras cada página en donde mezcla, casi sin que lo notemos, el horror y el humor, la realidad y la fantasía, la locura y la risa.

Samperio es fundamentalmente un cuentista y sin duda uno de los talentos más originales de nuestra generación. Es autor también de dos novelas (si es que así les podemos llamar), una de ellas, rara y extraordinaria, la cual obedece al sugerente título de Ventriloquia inalámbrica; ha escrito además un libro de ensayos, Tribulaciones para el nuevo milenio, al igual que un reportaje sobre la muerte de Colosio. En todo lo que ha publicado a lo largo de su ya extensa trayectoria, Samperio nos ha brindado amplias y variadas muestras de su excepcional talento. Sin embargo, donde me parece que destaca como ningún otro autor en nuestro medio es en el campo de la literatura fantástica y, dentro de ese rubro, con particular fortuna en el ámbito del texto breve, que entraña una dificultad parecida a la del aforismo: si no resulta a la par ingenioso y contundente carece de todo valor. Es tan fácil escribir una mera ocurrencia disfrazada de cuento breve que cuando encontramos toda una colección de pequeños relatos que poseen gracia, humor, ironía, inteligencia e imaginación no podemos sino sorprendernos y regocijarnos. No es casual que uno de sus libros se titule La cochinilla y otras ficciones breves pues los bestiarios han formado desde siempre parte del imaginario fantástico. Y es que después de Borges, Monterroso, Cortázar y Arreola existen tan pocos escritores en nuestro medio que se hayan dedicado felizmente al difícil arte de la ficción súbita o minimalia (“teatro miniatura”) que la obra de Guillermo Samperio cae como un bálsamo revitalizador.

Como nos lo han demostrado los autores latinoamericanos antes citados —y Kafka antes que ellos— un animal puede ser la imagen de un objeto —o de un ser humano— en tanto que son permutables, de modo que no es raro que las patas de una mesa o de una silla logren adquirir movimiento propio. Así cuando Guillermo Samperio observa una cochinilla lo hace con ojos infantiles, “como los niños traen las canicas y los sapos” y transforman al insecto en “perdigón”, “en vehículo blindado”, “en munición con patas”. Cuando describe a una lombriz la llama “pene de pies a cabeza” y a las serpientes las define como “seres fundamentales que se daban a la tarea de inventar el canto”; en sus textos un tren deviene camaleón y un camión, por su denominación popular de “delfín”, termina en poeta. Un cerrillo ataviado de novio se transfigura en un bonzo ardiente. Se trata pues de actos de prestidigitación tanto imaginativa como verbal. Y precisamente por ellos los juegos de palabras le resultan también sensacionales. En el relato “La cola”, una fila de gente que espera para entrar a un cine se va transformando “escherianamente”      —como en tantos cuentos samperianos— en la cola de un animal que logra ascender hasta una ventana del segundo piso para poseer finalmente a una mujer. Y es que otro elemento insoslayable en la ficción breve de Samperio es el sentido del humor, el ojo crítico que logra detectar el lado chusco de la vida cotidiana para transformarlo en elemento extraño. Así sus personajes como “La señorita Green”, “El fantasma de la jerga”, “Nuestro pequeño gigante”, “El hombre que recogía los vasos”, “El hombre de negro”, “Las patronas” y “Los borrachos” representan una inmensa galería de retratos simpáticos y estrafalarios y que, gracias a las cómicas descripciones de Samperio y a sus giros siempre atinados, se nos graban como imágenes de lo extraño cotidiano en nuestra sociedad.

         Este tipo de juego está tan presente en Samperio como su obsesión por los muñecos, los juguetes, los disfraces, los dobles, las sombras y los fantasmas. Samperio escribe siempre desde la delicadísima y tenue frontera que divide lo real de lo posible, el sueño de la vigilia, lo serio de lo humorístico con un lenguaje siempre apropiado que puede ir desde la jerga vernácula de la ciudad de México hasta el tono engañosamente culto y solemne de su obra epistolaria. No en balde es magnífico autor de cartas apócrifas, como las que le ha dirigido a Vinicius de Moraes o a Salvador Elizondo.

         La galería de mujeres, los relatos de evocación erótica y los fetiches sexuales de Samperio son parte entrañable de toda su obra. Textos como “Los pies ocultos”, “Tus zapatos rojos y los cuatro mares”, “Los zapatos de la princesa”, “Zapatos de tacón grises”, “Amanecer”, “Humo en sus ojos” muestran una auténtica fascinación por la figura femenina, por su ropaje, por sus pies y por ciertos instantes epifánicos que resultan auténticamente iluminadores (“Te festejé las ocurrencias con una nalgada que resonó en el medio del aire húmedo”). Hay una veneración por el acto amoroso en el que se combinan los momentos líricos con los momentos cómicos y que pueden acabar lo mismo en la ternura, en lo erótico, en lo perverso que en lo macabro, lo fantástico, lo trivial o lo desmadriento.

         No quiero culminar sin antes poner de manifiesto lo importante que resulta para Samperio la duplicación de su identidad, la creación de un personaje alterno que lleva el mismo nombre que el autor, o sus mismas iniciales o un nombre tan cercano al suyo como el de Guillermo Segovia que nos hace evidente que se trata de una juguetona elaboración a partir de su propia persona y que por lo general se relaciona cono los intríngulis del oficio de escritor. En uno de los cuentos, “Paradero de un autor”, G.S. abre un libro de su autoría, pero que, en lugar de ostentar su nombre, está firmado por alguien más, un tal H.L.Z. Así es la literatura de Samperio: anhela perder entre amigos y lectores todo vestigio de sí mismo.

         El viaje que emprende Samperio en su escritura es como el de su protagonista Guillermo Segovia cuando decide habitar un texto y hacer que la realidad emprenda un viaje hacia lo imaginario. Se va adentrando en varios niveles de modo que Segovia logra colarse hasta la propia mente de la actriz Ofelia Medina que repentinamente se da cuenta de que se halla en el interior de una mirada. Poco a poco va emergiendo de allí hasta que regresa ya no al personaje Guillermo Segovia sino a la mente de Guillermo Samperio, el escritor.

         Samperio pertenece ya a la gran estirpe de cuentistas mexicanos. No es solamente el escritor más imaginativo y original de nuestra generación, él ha logrado abrir un camino en la narrativa que estaba apenas vislumbrado por escritores de la talla de Efrén Hernández, Julio Torri y Juan José Arreola.  

   

     
                     

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