11.Sept.2025
EBRIEDAD
De Sergio Alarcón
Del libro Canción de
lluvia
Adónde vamos
con la
pesada muerte
cargando en
las alforjas,
con la vida
sentenciada
en el reloj,
aguardando
en el
paredón, la ojiva
inevitable
del instante.
Adónde
vamos, tan de prisa
o
lentamente, si en verdad,
la semilla
de la muerte,
germina, con
la primera lágrima
y la final
nota de la partitura.
Mejor
embriaguémonos
hasta la
locura, de la boca inversa,
de las
flores y la sustancia de la poesía,
bebamos
hasta perder el oído
o la
cordura, qué importa
si es media
noche o un instante
al medio
día, si en invierno
o primavera,
nada importa…
La copa de
la vida, sabe igual,
cuando las
hojas brotan
o cuando el
otoño dora las hojas,
qué importa
si el silencio llora
o el
instante ríe, a solas,
frente al
cantar de plenilunio
o la
habitación de los suspiros,
nada
importa, ni la hora,
ni la
lluvia, ni la herida,
tan solo
importa, la quimera
y la utopía,
la ebriedad
de los
espejos o la rosa
en el
corazón de la mirada,
el canto de
la soledad
en medio de
la ciudad luz,
el gemido de
la sangre
y la
algarabía de los labios
en la copa
del beso
o de la uva.
Embriaguémonos de la pirotecnia
o de la
cúpula estelar,
qué importa,
la realeza donde fluye la voz de los palacios,
qué importa,
la sordera de las campanas o el existencialismo
del cuervo y
de la hormiga,
qué importan
las divisas, si la bolsa gana, si el auto no da marcha,
mientras los
pies vuelen utopías,
qué importa,
si el diagnóstico
del clima o
el horóscopo
en los
diarios de la esquina,
nada importa
más que la ebriedad
y la
fragancia y el fulgor de una galaxia en los brazos amorosos
de la vida.
Qué importa
si la muerte germina
al alba, en
la nocturna cena
o en el
crepúsculo de la esperanza,
donde
certero estalla
el puño de
la rebeldía.
Nada hay más
vital
que una
dosis de ebriedad
en el bar de
la existencia
o una pócima
de locura
en la
cantina, un tarro
de delirio y
dulce vino
en el luto
de los días,
el champagne
de la complicidad
y la
victoria en el cristal cortado
de los
aposentos del fuego y la caricia…
Qué importa
si la muerte
o la
crucifixión de la utopía,
nada
importa, ni Sócrates,
ni Diógenes
el cínico,
ni los
humanos faros,
ni los
poetas malditos,
ni los
románticos,
ni el verso
blanco,
ni todas las
vanguardias,
ni la teoría
del origen,
ni la
relatividad del tiempo,
ni la
gravedad que todo apiña,
ni los
surrealistas,
ni el arco
de los bárbaros,
ni el
voyerismo del felino,
ni los
arrebatos carnales del arte sacrosanto,
ni el
martirio de los hombres,
ni el
celibato del deseo,
ni los
monasterios que reclutan,
ni el ayuno
de los cuervos de doble moral,
ni los pies
que peregrinan,
ni todas las
teorías y las fórmulas matemáticas, ni tampoco,
la
muchedumbre en los sitiales santos,
ni las
parábolas, ni la moral del pez,
ni la
sabiduría del ajo,
ni la
fisonomía del árbol,
ni los
ciclos de la materia,
ni el
conjuro de los brujos, nada importa,
ni la
historia,
ni el ayer,
ni el
futuro.
Lo que
importa es: VIVIR,
EMBRIAGARSE
de lo que sea:
De uno mismo
o de los otros,
de
Baudelaire, de Voltaire,
de Dante
Alighieri, de Sor Juana,
de Simone de
Beauvoir,
de Gandhi,
de Mandela,
de Martin
Luther King, de Mozart,
de los
cantos de Sherezada,
de la locura
del Quijote,
de los
pinceles de Van Gogh
o del Cantar
de los cantares…
Embriaguémonos de luz,
de
filosofía, de amor, de trigo,
de las
flautas de bambú,
de los
tambores del silencio,
del
misticismo del búho,
de la danza
del colibrí,
de los peces
y el violín,
de las
mariposas y la flor,
de la miel
que recolectan las abejas,
de agua, de
vino, de la estética
del
erotismo, del sabor de la palabra
y el espejo
inevitable de uno mismo…
Embriaguémonos de la imagen
que en el
lago se refleja
y tiembla,
bailarina.
Embriaguémonos de la noche
y sus
pupilas, del meteorito
y el cometa
de visita…
Embriaguémonos de todo,
del agua
convertida en vino,
de la
imaginación de Dios,
de la dulce
carcajada de los niños.
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