7.Ago.2025
CANCIÓN DE LLUVIA
de
Sergio Alarcón Beltrán
(FRAGMENTO DEL
POEMA “CANCIÓN DE LLUVIA” DEL LIBRO DEL MISMO TÍTULO.)
Afuera llueve. Cantan los violines
de la lluvia. Los jardines, los campos,
escuchan complacidos, la sinfonía
que escurre por los poros del terrario.
El sol tributa en luz, sus amorosos
brazos. Detona sueños, la epidermis
de los enamorados. El frondoso
árbol, de sangre se reinventa a diario,
brota la vida.
El canto de la lluvia,
besa, el barro plumado del tejado,
cae sobre esbelta espalda de los días,
la insigne cabellera de cristales.
Afuera llueve. Adentro, rara vez
se interpreta, el concierto de los labios.
En alas del tejado, las urgidas
manos, un binomio mortal de cuerpos
enlazados, borda el tiempo que escapa
de los cuartos, entre la sensualidad
del beso y el suicidio de los días
y los años, la ausencia del orgasmo.
El muro en el reloj y el calendario,
miente al ojo, la fecha y el horario,
sin embargo, el amor, prescinde, abdica
maquinarias precisas de opulencia,
relojería de constelaciones
donde el hombre predica fantasías
de zodiaco, factoría de inválidos,
la sangre, la infértil ciudad del cráneo.
De ésta fecha fui arrancado. Infértil
árbol, sin voz, ni nombre. De cavernas
de la noche, de la grieta, del rayo
y el dolor de parto, de las parteras
manos y la fiel labor del bisturí,
del grito de la madre y la alegría
y la ansiedad del reloj en la sala
de espera, del último pujar vino,
la erupción ensangrentada, el llanto
como herido, el ombligo cercenado
por el filo, el hijo, mi hijo, tus hijos,
mi niña, los gemelitos, el niño
que murió en el parto, el sin madre,
el sin padre, el abandonado en calles
de frío, el ilegitimo, el sin ser
deseado, el negado por los espejos
y el calor del buen hogar, el cunado
en hilo fino, el siempre amantado
en senos amorosos y el reboso
esplendoroso de la vía láctea.
En el rostro de los patios, idéntica,
una fuente de sueños danza, juega
un trenecito sin vía, ni puerto
en el horizonte de los caballos
oxidados, racimos de sonrisas
en el viñedo y, la piel moza de años
y el ladrido de los famélicos perros
aullando, después de múltiples décadas
que saben, como lápida en los labios.
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