CASANOVA Y VOLTAIRE, 
		Sel. Juan Cú, DIÁLOGO CRÍTICO POÉTICO
		
		CASANOVA Y VOLTAIRE
		
		Sel. Juan Cú
		
		 
		
		DIÁLOGO CRÍTICO POÉTICO
		 
		 
		
		
		 
		
		         
		
		
		 
		
		Giacomo Girolamo Casanova (Venecia, 1725— 
		1798, Bohemia, actual Checoslovaquia) tiene en su contra la personalidad 
		histórica de un aventurero, por tal motivo pocos estudiosos de sus 
		escritos han reparado en sus obras particulares y las de su siglo.
		
		
		 (Octavio Paz emprendió el rescate de un 
		contemporáneo de Casanova, El Marqués de Sade en el siglo XX, pese a la 
		opinión contraria que de Sade se tenía en México y el mundo)  
		
		
		Casi todo lo que escribió Casanova se 
		encuentra inédito por temor a ser publicado.
		
		Lo que está impreso se encuentra censurado 
		por haber sido un crítico de la aristocracia de su tiempo, y por lo 
		mismo se han omitido los nombres de reyes y condesas que convivieron en 
		su época en los pocos escritos que se conocen.
		
		La breve selección que ahora publicamos lo 
		forman tres capítulos extensos de sus memorias, en los que únicamente se 
		habla de literatura y poesía con el famoso crítico Francois Marie Arouet, 
		conocido como Voltaire (París 1694–1778). Entusiasta colaborador, sobre 
		poesía y literatura, de la Enciclopedia (1751) de Diderot y 
		D'Alembert. Completa, 18 volúmenes, de la Enciclopedia Francesa 
		más famosa que se editó en el siglo XVIII con el nombre de 
		Diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios.
		
		(Cabe señalar que existe la 
		Enciclopedia Francesa completa en faccímil donada por el 
		gobierno francés a la U.A.M del norte de la ciudad, de la que se pueden 
		desplegar hasta diez metros de láminas en blanco y negro de toda arte de 
		oficios de la época en el s. XVIII, se encuentra encerrada bajo llave en 
		su propia biblioteca, sin poder consultarla masivamente).
		
		El diálogo se realiza en la casa de 
		Voltaire, es una conversación histórica sobre el  lenguaje que no deja 
		de ser actual por la interpretación de los valores clásicos alejados de 
		la fría postura académica de nuestros días. Los dos grandes escritores 
		ofrecen a nuestros oídos curiosas opiniones y valoraciones del trabajo 
		poético de los poetas del pasado. No es la opinión de la academia, 
		insisto, que tenía, en aquel entonces, poco en ser fundada en los países 
		europeos, sino de escritores autodidactas que se formaron en sus propias 
		particulares bibliotecas. 
		
		Estos dos personajes distan mucho sus 
		opiniones con respecto a los Premios Nóbeles de poesía y literatura del 
		siglo XX, y aún del siglo XIX, es por ello, su valor de curiosidad 
		histórica y de conocimientos sobre la comparación del canon occidental 
		(griego y romano) desde hace más de tres siglos, y que por primera vez 
		se publicaron para la revista electrónica “Poetas luz desde el 
		inframundo” y ahora en Tulancingo cultural. Juan Cú
		
		La traducción de esta obra fue efectuada 
		por Helena Marty. 
		
		Título original: Histoire de ma vie. 
		Memorias (1725–1786)
		
		Giacomo Casanova
		
		Tomo 2
		
		BIBLIOTECA BÁSICA UNIVERSAL
		
		Dirección: Jorge Lafforgue.
		
		Voltaire —Me ha dicho que los italianos no 
		están contentos de su escritura.
		
		Casanova —Lo creo; en todo lo que ha 
		escrito, abundan los galicismos. Su estilo es lastimoso.
		
		Voltaire —¿Pero es que los giros franceses 
		no hacen más hermosa esa lengua?
		
		Casanova —La hacen irresistible como lo 
		sería la francesa acribillada de palabras alemanas o italianas, aun 
		cuando fuera el señor de Voltaire quien la escribiese...
		
		¿Le gusta la poesía?
		
		Casanova —Es mi pasión.
		
		Voltaire —¿Ha escrito muchos sonetos?
		
		Casanova —Diez o doce, que acepto, y dos o 
		tres mil que no he vuelto a leer.
		
		Voltaire —Italia tiene pasión por los 
		sonetos.
		
		Casanova —Sí, si se puede llamar pasión la 
		inclinación a dar a un pensamiento una medida que pueda hacerle 
		resaltar. El soneto es difícil, porque no es lícito alargar ni acortar 
		la idea que ha de adaptarse a los catorce versos.
		
		Voltaire —Este es el lecho de Procusto, y 
		por eso es que tienen tan pocos buenos. En cuanto a nosotros, no tenemos 
		uno solo bueno, pero es defecto de la lengua.
		
		Casanova —Es defecto del genio francés; 
		porque se cree que un pensamiento dilatado ha de perder toda su fuerza y 
		todo su brillo.
		
		Voltaire —¿Y no comparte esa opinión?
		
		Casanova —Perdón. No se trata más que de 
		examinar el pensamiento. Una buena palabra, por ejemplo, no basta a un 
		soneto; esto es, en italiano como en francés, del dominio del epigrama.
		
		Voltaire —¿Cuál es el poeta italiano que 
		prefiere?
		
		Casanova —Ariosto; pero no puedo decir que 
		prefiera a los otros porque es el único que me gusta.
		
		Voltaire —Sin embargo, conoce los otros.
		
		Casanova —Creo haberlos leído todos, pero 
		todos desmerecen ante Ariosto. Cuando hace quince años, leí todo lo malo 
		que de él usted dijo, pensé que se retractaría cuando lo hubiera leído.
		
		Voltaire —Le doy gracias por haber creído 
		que no lo había leído. Lo había leído, pero yo era joven, poseía 
		superficialmente su lengua y con un criterio influido por italianos que 
		adoraban al Tasso, tuve la desdicha de publicar un juicio que creía el 
		mío, mientras no era sino el de la prevención irreflexiva de los que me 
		habían influido. Adoro a Ariosto.
		
		Casanova — ¡Ah! Señor Voltaire, respiro. 
		Pero, por favor, deje de lado a la obra en que ha ridiculizado a tan 
		grande hombre.
		
		Voltaire —¿Para qué? Mis libros están 
		todos excomulgados, pero le voy a dar una buena prueba de mi cambio de 
		parecer.
		
		Casanova: Quedé absorto. Aquel grande 
		hombre se puso a recitar los dos más largos trozos de los cantos treinta 
		y cuatro y treinta y cinco, donde el divino poeta habla de la 
		conversación de Astolfo con el Apóstol San Juan, y lo hizo sin omitir un 
		solo verso, sin cometer la menor falta contra la prosodia. 
		
		En seguida señaló las bellezas con toda la 
		sagacidad que le era natural, y con toda la precisión de un grande 
		hombre. Hubiera sido injusto esperar nada mejor de los comentaristas más 
		hábiles de la Italia. Yo le escuchaba con toda la atención posible, 
		respirando apenas, y deseando encontrarle un error en un solo punto, 
		pero perdí el tiempo.
		
		Me volví hacia donde estaba la gente 
		exclamando que estaba sorprendido, y que informaría a toda Italia de mi 
		admiración. "Y yo, caballero, repuso Voltaire, informaré a toda Europa 
		de la reparación que debo al mayor genio que ha producido".
		
		Insaciable de elogios, que por tantos 
		títulos él merecía, Voltaire me dio al día siguiente la traducción que 
		había hecho del Ariosto que comienza por este verso:
		
		Quindi avvien che tra principi e 
		signori* [* Sucede luego que 
		entre príncipes y señores.]
		
		Al terminar el recitado, que le valió los 
		aplausos de todos los asistentes, aunque algunos de ellos no 
		comprendiesen el italiano, la señora Denis, su sobrina, me preguntó si 
		yo creía que el trozo que su tío acababa de recitar era uno de los 
		mejores del gran poeta.
		
		Casanova —Divino, señora; pero no es el 
		más hermoso.
		
		Voltaire —¿Lo han santificado? No lo sabía 
		—dijo Voltaire.
		
		A estas palabras, todo el mundo se echó a 
		reír, excepto yo, que me quedé callado. Voltaire, picado porque yo no me 
		reía como los otros, me preguntó el motivo.
		
		—¿Piensa —me dijo—, que es por un trozo 
		más que humano por lo que se le ha dado el calificativo de divino?
		
		Casanova —Seguramente.
		
		Voltaire —¿Y cuál es ese trozo?
		
		Casanova —Son las treinta y seis últimos 
		versos del canto vigésimo tercero, en el que el poeta describe cómo 
		Rolando se volvió loco. Desde que el mundo existe, nadie ha sabido cómo 
		se adquiere la locura, si no es Ariosto, que lo estuvo a fines de su 
		vida. Estos versos dan horror, señor Voltaire, y estoy seguro de que lo 
		han hecho temblar.