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12.Jun.15

 
 

 

         
  Carlos Santibáñez Andonegui

 

 

 

 

 

 

 

     

 

EL SINSABER QUE NOS CONVIERTE EN SABIOS

Carlos Santibáñez Andonegui

 

 

Guillermo Vega Zaragoza, Sinsaber, 1ª. Edición fuera de comercio 2012, gvegaz@yahoo.com, http: // ombloguismo.blogspot.com, reseña por Carlos Santibáñez Andonegui, mayo 31, 2015.

 

Algunos dicen que nadie como un poeta sabe hacer el amor. Guillermo Vega Zaragoza es el poeta imprescindible al tratar del erotismo y la mujer. Yo cuando leo a este Vega quedo, para decirlo con un verso suyo, como casa después de la fiesta:

Escribir en la noche sobre la noche.

Escribir sobre tu cuerpo.

Escribir al final de tu espalda

Escribir sobre tu ausencia…

 

El poeta sabe besar: “El beso es una mordida extraviada”, y es de los pocos que dan ganas de hacerlo cuando nos dice cómo: “Para cumplir con su cometido,/ los que se besan/ deben consumirse mutuamente,/ a plazos pero sin pausa,/ con insaciable pasión antropófaga,/ deglutirse con paciente ternura/ hasta el último hueso,/ y separarse como si ya no fueran uno,/ para volverse a devorar/ en el banquete próximo”. Pero hay otro Vega, -no es incurable-, que abusa de la hipérbole hasta la extravagancia. Opino que uno de los dos debe imponerse sobre el otro. Le voy al amoroso, sobre el extravagante y si es necesario, me humillo hasta aplaudir al segundo, hasta tragármelo. Yo no soy quién para poner reparos a esta hermosa poesía. Leyendo Sinsaber (2012) se está en presencia de una hondura lírica que sabe como nadie, cantarle al amor.

 

Me gusta tu espalda, como alas desplegadas,

La estrecha región de mis desvelos,

Tus piernas cruzadas, homenaje de la noche a la luz.

 

Me gusta cómo te bebes la vida,

sin dejar una sola gota de momentos.

Quisiera ser el vaso interminable de tu sed.

 

El que ama conquista a grandes tramos el saber humano, lo hace suyo, aprende lo que tiene que saber de esta existencia y lo recrea para deleite de todos.

“A veces quisiera/ traerte esa luna que tanto miras,/ hacerle una cuna de palabras/para mecerte con ella/ en mitad de tu cama.// A veces quisiera/ tener rotas las piernas/ en vez del alma/ para que te reflejes en mí/ cuando quieras tropezarte”.

 

El manejo de intimidad es algo que le está reservado a la poesía, esa eficacia eficaz, ese saber hacer, (el Sinsaber) donde otros, amargados, lo conceptúan como una mera experiencia pequeño burguesa. Los versos de Guillermo Vega Zaragoza, tocan uno de los categoremas más finos de la poesía: la alta confianza, nos hacen recordar que el poeta es alguien digno de amar y ser amado, y en esa medida, da testimonio: “Si la luz tuviera que irse/ me quedarían tus ojos/ para iluminarme”. Buscan leerlo los hombres cuando describe así a sus amantes: “me promete que en cuanto caiga la cuchilla/ volverá a sonreír/ se tomará un café americano/ a mi salud y a la suya// otra más vino de lejos/ y sigue lejos (cosas de la edad)/ aunque ya la tuve en mi cama…” El poeta, con Vega es un ser que literalmente, llena vacíos. Desde la Patria del Insomnio, su primer libro, él ya lo hacía. Lo veíamos surgir con las manos repletas de espuma para enseñar: “de algo hay que llenarse”. En el volcán adolescente se esconde la mudez y en la mudez la voz que siempre dice. “Cuéntanos”… Ahí es donde el poeta nos vence: “Hay mujeres/ que pasan la noche contigo/ que se arrepienten de lo que acaban de hacer/ que te abandonan antes del amanecer/ que te piden que las olvides/ y regresan y te vuelven a besar”. Pocos como él te enseñan a amar la vida a través del amor, anudando las cosas que se debe anudar para estar bien, para sentirse bien y sobre todo, hacer bien. Hace bien a la persona amada y bien a quien lo lea. A Vega Zaragoza corresponde una veta, el amor, y dentro de ella, su poder de relacionarlo al erotismo suave, por eso es que su amada se le entrega y quien lee queda herido de amor alrededor de estos versos. La suya es la lección perfecta de que el amor, en suma, nos hace bien. También hay cosas inconfesables que se sienten al leerlo, una  atracción que se lo lleva todo, el lujo de pasar por sus versos:

Clavo una estaca

en tu lugar de origen

y allí queda…

 

Se siente de verdad: el poeta conquista por el verso: “eres la mujer de todos los cuerpos que deseo”. Seduce; a quien ha amado, el Absoluto presta su voz, seduce en su humildad de paisaje recién llovido al amanecer como lo hiciera un niño en quien jamás podría existir malicia y por lo mismo es más fuerte: “Nada es mío./ Y sin embargo/ sé que soy el rey del mundo,/ casi Dios,/ porque tú vienes hacia mí”. Pero seduce aún más en cuanto expresa sus miedos, y nos deja, según lo deja a él su amada, como una casa después de una fiesta:

Tengo miedo de disolverme en ti,

de fundirnos juntos en el vaivén de las olas,

que se penetran y se pierden una en otra,

de dejar de ser tú y yo

y convertirnos en ese nosotros de los que se aman.

 

¡El poeta y su ola! Esa increíble agua suya que tiene memoria. Agua entre las aguas en que “El mar se presenta”, entra por la ventana, inunda todos los confines del mundo y nuestro cuerpo queda ante un sol de atardecer en diciembre que se esconde muy pronto detrás de la bahía, y ante él dice el poeta en su primer libro: “Quisiera verlo tragado/ apagado/ más tiempo/ por las aguas”. Pero después pregunta y se contesta él mismo: “Las aguas…¿Es que no es una sola?”

¿Y Vega, es uno solo? Hay una canción llamada “Por todo lo que sabemos”. Así es la poesía de Guillermo arrancada a golpes a la vida porque sabe que:

desde aquí

es imposible escapar del sol           

del mar y del amor

 

No importa que el poeta no cante en un espejo, arreglado, fino y para gente bonita. Total. Basta con que nosotros cantemos con él cuando nos dice: “No sé qué diablos sea la poesía/ pero la canción sigue siendo la de siempre….”

Este es el Vega Zaragoza que la gente ahora lee. Yo lo aseguro. El que transmite: “Tu cuerpo desnudo,/ prístino e interminable,/ es lo más cerca que estaré del cielo en esta vida”. El poeta que asienta en “Testamento”: “Voy a escriturar a mi nombre/ todos los paisajes”. El que sabe que el cuerpo le estorba a la palabra, y pregunta a su amada: “¿Por qué no tienes versos en lugar de piel?” No el Vega Zaragoza que desasosegado, repone: “En el fondo del barril de mierda/ que es la vida,/ no hay más que el olvido.”  Sinsaber establece cómo hay que escribir: “Escribir como si no hubiera más remedio./ Escribir aunque sea un poco,/ donde sea, cuando sea, como sea… como si se te fuera la vida,/ como respirar un aire enrarecido,/ como si fuera lo único importante./ Escribir aunque a nadie le importe”.

El otro Zaragoza se parece a Bukowski. Quiere “meterlo todo” al morral. La mayoría sentimos que eso hace Bukowski pero poesía jamás ha dejado de ser selección, y toda selección es dolorosa en tanto supone dejar fuera algo que en un principio se quería abarcar.

Después de todo cuando se ama tanto a un poeta, uno puede cometer el dolo de no dejarlo ser él uniendo en su metáfora el bien y el mal, el agua y el vino, el cielo y la tierra. Dijo Lautremont que el surrealismo nace de las contigüidades inexplicables. Son guerras privadas que se libran en aras de la estética. Nunca sabremos cuánto al mismo Bukowski se le quedó en el tintero aunque dé la impresión de haberlo dicho todo, si la literatura es el arte de acercar lo distante, acaso sea cuestión de distancias; hay puntos que parecen cercanos y al acercarnos vemos que a pesar de la euforia que prometen, manchan. Y lo manchado no vale la euforia. Donde la curva llega a un punto de no retorno es, no cuando el poeta deriva su fuerza de la colindancia con lo no poético, al contrario, eso ha devenido en la actualidad en un poeta sano, bien aplaudido, sino cuando se amplía a lo moral. La salud se mantiene hasta que la curva se amplía de lo no poético a lo no moral.

La tentación de descalificarlo todo, empieza por dejarse empapar de la descalificación como se deja uno empapar de la lluvia, que parece que se la va a sacudir o a abrir un paraguas, y nada, uno va haciendo suya la peligrosa lluvia descalificadora y después empapado,  se descalifica a sí mismo; es uno de los riesgos más graves de la hipérbole. El afectado es el propio sujeto, quien accediendo al tono que primero parece un juego, la venturosa crítica al jodorowskiano juego que todos jugamos, acaba por hundirse en las fauces de aquello que voluntariamente se había exagerado para eliminarlo, y dejarse devorar por ello, es decir, no “darle eliminar”, sino a última hora, eliminarse uno mismo:

“El hombre del nuevo milenio/ sólo debe pensar en consumir/ y olvidarse de mariconadas/ como la poesía,/ que no sirve de nada./ Se los digo yo,/ que escribí este poema inútil/ y el mundo sigue igual que siempre”.

Es una crítica impía contra quienes atacan la poesía, sin conocerla, para lo cual accede nuestro poeta a ponerse “de su parte”, en estrofa previa en que ha afirmado: “Los poetas no saben de poesía./ Los poetas sólo saben lastimar./ Los poetas no tienen/ ni tuvieron madre,/ por eso no respetan nada/ ni a nadie”, pero después se pone de su parte de lleno, y accede a rematar, declarativamente “Que Dios nos salve de la poesía”. Un epígrafe que ya había utilizado en “Policía del Instante”, reza: “Un poeta es alguien destinado a renegar de sí mismo”. Tengo que decir: no creo en ese epígrafe. La hipérbole falla cuando la extravagancia no trasciende lo estratégicamente distorsionado sino que juega a la interpretación literal. Es el peligro de juegos como el de Hernán Lavín cuando aventura -lo que toma Vega de epígrafe en “A salto de palabras”- La poesía es un fenómeno clandestino. ¡No! Se la podría asociar con algo no leal, no para todos. Igual problema tiene Oscar Oliva al titular uno de sus libros, Trabajo ilegal.

Lo importante es leer a Vega como sea, por esto, por lo otro, porque hoy más que nunca las injusticias aplastan el canto en todos los países, obligando al poema a sufragar un “costo social” con el plano formal, el ritmo, la belleza, para no volverse elitista, pero hay que alertar a jóvenes que empiezan a creer que se hace un poema mentando madres, primero, del más alto en jerarquía de un agregado de individuos, luego del grupo en general, a lo grande, y por último, de él mismo. La negación es incompleta cuando le falta el último paso: la negación de la negación, para afirmarse a sí misma. No me iré de esta vida sin regresar a Vega una y otra vez, no partiré sin afirmar con él desde la patria que él nos ha mostrado: “Mirar es el único trabajo del poeta/ y escribir de lo que ve/ con las palabras más justas/ las mejores que pueda encontrar”.  

 

     
 
             

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