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30.Sept.15

 
 

 

         
  Carlos Santibáñez Andonegui

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
 
EL POEMA DENTRO DEL POEMA

 

Raúl Renán González, Vibración desde el silencio, (Antología de poemas de Raúl Renán leídos por el autor), con Introducción, Selección y Grabación de Jorge Asbun Bojalil, Conaculta, México, 2015.

Para Humberto Musacchio, afectuosamente

 

 

 

A diferencia de otros poetas, que escalan enormes montañas de palabras para alcanzar lo poético,  Raúl Renán tiene un punto clave en su estética, y es la advertencia de que el poema hay que buscarlo precisamente dentro del poema. Lo que no está en el texto, (lo que no consta en actas, dice el dicho latino) no consta en el mundo. Como en la Escritura: “Buscad y hallaréis”, Renán, seguro del valor de su trabajo y sin cegarse por el aplauso ya rendido, a sus 87 años reconoce que lo único que puede funcionar en un texto está dentro del mismo y no fuera de él. El ser dentro del ser. Todo lo que podemos hacer está encerrado en una vida. Algo que los humanos hemos hecho en ésta, son las palabras. Por eso en la Gramática Fantástica las palabras conquistan al fin su libertad y el hombre queda a merced de ellas, convirtiéndose en mero palabroide. Ahora las palabras nos delatan a nosotros. En una época en que ni remotamente conocía la mass media los excesos de curas (1983), Raúl propone una errata. “Donde dice: las enormes cúpulas del Vaticano/ Debe decir: las enormes cópulas del Vaticano.” Así se llega a una parte del Infierno llamada Errático, un lugar sin lugar. Ocurre con todas las cosas humanas. Con las queridas cosas humanas, para decir lo menos del progreso en el poemario a ellas dedicado que empata la ciencia en el “Soneto con gusano”:

Seda en retroceso

El gusano desteje

La ciencia: eje

Y proceso

 

Esta riqueza de ir por el poema dentro del poema, envuelve un contenido más amplio: el que busca, encuentra, y el que busca y encuentra en un poema de Renán, siempre será por él bienvenido; él está a la entrada, en el vestíbulo, al portal del poema como buen anfitrión, para tomar en serio lo que usted diga. No hay destello crítico, por imperceptible que parezca, que no atienda el autor, con bondad de que hace gala entre talleristas, como nos consta a todos los que hemos tallereado con él, y ello, llámese paciencia, humildad, devoción por la palabra, es cualidad. Porque necesitamos gente de buena fe.  La magnanimidad de Raúl Renán, aunada a la belleza y valor experimental de sus textos, son ya asunto oficial de la literatura mexicana. Y ahí quedarán, quedarán.

Renán invita a los Funerales más espectaculares de la Historia, porque: “Fue hallada una Letra Muerta”. Con Renán, la gramática es fantástica, no porque sea sobrenatural, sino por lo que hay dentro de ella misma, a fin de cuentas creación nuestra y de todos. Hay un epitafio literal que a todos espera, porque moriremos literalmente al “pie de la letra”. Imposible enderezar el camino. Nos iremos y ya: “No es posible que la palabra adiós regrese a despedirse”. Aun así, hay quienes “velan por la salvación del idioma”, y así “al hospital llegó una emergencia. Médicos, camas, enfermeras, plasma, quirófanos y ambulancias. Es, se dijo, que había palabras graves”.

Renán no ha sido leído del todo; no falla Felipe Vázquez al acercarse a su obra como “el descubridor de filones”, condensando la fuerza de su trabajo como un “miniaturista verbal”. Para mí el mejor estudioso de su obra es, hasta el momento, el crítico Daniel Téllez (Lucha libre, Universidad michoacana de san Nicolás de Hidalgo, 2011). Raúl Renán (Material de Lectura 207) Poesía moderna, selección y presentación (Coordinación). Mas yo no estoy de acuerdo en que sea el “poeta niño”, como se le tildara cómodamente a raíz de que Rubén Bonifaz Nuño escribiera el prólogo al libro de Renán titulado Los silencios de Homero donde dice: “En este libro, Raúl Renán escribe como un niño”. Mas hacia 1999 Renán comenta con Sandra Licona en Crónica: “En Los silencios de Homero encontramos armaduras, lanzas, pero sobre todo la piedad de muchos hombres”, y esto no lo hace un niño. Minerva Margarita Villarreal esencializa esta obra como como el libro del Asombro actualizado (Armas y Letras, 1998); además, un niño no habría declarado en entrevista concedida a Oscar Wong en 1982, “hace falta mucho rigor en la poesía juvenil; no debe dejarse a la magia de la inspiración”. De otro modo lo dijo Perla Schwartz al asumir el propósito de su novela Los niños de san Sebastián, como “la palabra vuelta asombro”. Por más que le demos vueltas, pocos han sabido leer a Renán. El que más se acerca, para mí, es Daniel Téllez. Mal harían en buscarlo en un tema fijo, a modo de la sabiduría de su época. Renán es un prófugo de lo convencional, siempre se ha divertido en el fondo, como cuando creó aquel personaje que al estar escribiendo el profesor al frente del salón el ejemplo más simple de oración: “Juan corta las flores”, inusitadamente abre la puerta y vemos entrar un vagabundo y para asombro de todos dice: “Yo soy Juan, el sujeto de la oración”.

Algo de comentarse es que, detrás del ingenio, o la ironía, Raúl Renán es amor. Asumiendo Gramática Fantástica cual minusculatura, ya José Luis Bernal detectaba en Renán un “ingénito amor por la palabra”.

Sin embargo, reitero que a Renán no se le ha leído del todo. Voluntad sí la ha habido como lo demuestra el opúsculo Lámpara sin sosiego, (Editorial Raíz del Agua, 2006) en edición de Benjamín Barajas (autor de “Tras las huellas de la poesía”) y Mariana Bernárdez. Gracias a ello tenemos un libro de textos en homenaje a Raúl Renán donde diserta Gloria Vergara (Directora de Letras de la Academia Mexicana de la Lengua), autora ella misma de poemarios como “Vendrá la lluvia”, a propósito de Los silencios de Homero. Pero no se ha hallado a Renán en toda su dimensión actual y sobre todo, en la que viene, la que le espera al entrar precisa y paradójicamente en el mundo de las letras. Nacido en Mérida, Yucatán el 2 de febrero de 1928, primero editó Papeles (Pliego seriado de literatura), fue autor de la Colección: Fósforos (Cajas de poesía breve), y de la Revista Ensayo. Ha sido Coordinador del Consejo Técnico Editorial del INBA, Subdirector del Periódico de Poesía, Fundador del Suplemento El Gallo Ilustrado, y de la editorial La Máquina Eléctrica. Desde 1999 es miembro del Sistema Nacional de Creadores y a partir de 2011 Creador Emérito. Le fue otorgado el Premio Antonio Médiz Bolio en 1992, la Medalla Yucatán en 1987. Merecedor también de la Medalla Eligio Ancona, otorgada por el gobierno de Yucatán, en 2005.

El poema es un mecanismo reproductible. Todo poema es un modelo íntimo. Como un perro cósmico que saca a pasear, el autor se detiene en cada esquina a ver qué ha dejado, y después, con esa mirada única, también irrepetible de Renán, inexorable sigue su camino, para el que tenga oídos, que oiga, y que pueda gustar de “aquellas lluvias derramando cielo”.

Dicen que a punto de morir Zolá fue el que dijo: “¡Luz, más luz!” Tal vez sólo quería que le prendieran el cuarto, pero a mí se me hace que vio algo de lo que ven los ojos de Renán. Qué hay en el fondo de aquellos “Ojos” del Viajero en sí mismo, más que el “Recibo de todas las cosas”, y en la mirada al infinito de Renán siempre anhelante pero nunca perdida? Emoción, pura emoción. En ella espera el poema para ponerle alma a las cosas con solo verlas, atentas como lo están “a cuando el sol les pase la lengua y canten”. Cuando materia viva se calienta, (dirá en p. 15 De las queridas cosas.) Cuando se logra el poema dentro del poema, sea cual sea el que uno lea, hay fuego. Dice en el Soneto Silogístico: “Fuego/doy,// juego/voy,// ergo/soy”.

Comenta el escritor colombiano Jaime García Maffla, (generación “Golpe de dados”) autor de la obra poética Morir lleva un nombre corriente (1969), y del ensayo ¿Qué es la poesía? (2001) Bogotá, CEJA, que la obra Pan de tribulaciones de Renán, renovó en sus venas la savia medieval. En fecha reciente con unos de sus versos, la gente llega a preguntar: ¿Es Berceo o Raúl el que habla? Y él tan sólo esboza una sonrisa. Lo cierto es que Renán se divierte, el autor se divierte ahora en fechas recientes, agazapado furtivamente detrás de versos en los que necesariamente uno busca a Berceo. “Nos contiene la forma de la vida/ y tenemos la forma de la muerte”. Esta paradoja se respira en el yo interno del poeta conocedor del sufrimiento desde niño. Las cosas son, y dejan de ser. Son, y no son. El “Son soneto” lo expresa: “Son/ con/ sin”.

Pero el poema, con Raúl Renán, no está en tal o cual parte. Está en su lugar, que es el lugar sin lugar. ¿Y la forma? La forma que ha sido la seducción eterna de Renán, su compañera, su loca, su renegada, su herida, no es más que una comprobación, es la comprobación del modelo. “La prueba es un acto de comunión con lo fortuito”, escribe Renán.

Con su salida inesperada de la frase sustantiva encabalgada, uno se nutre en Góngora: “De la diestra vendrá la que es consciente/ dirección de la aguja, con el pulso/ del arco suspensivo que se tensa/ como el gesto a disgusto…” que inmediatamente nos retorna al legendario verso de las Soledades: “Estas que me dictó, rimas sonoras/ culta sí, aunque bucólica, Talía/ oh excelso conde, en las nocturnas horas/ que es rosas la alba y rosicler el día…”

¡Y es que tal es la clave de la literatura experimental! No traten de negarme el de que en ella lo que verdaderamente cuenta es el hallazgo, casi podría decirse para bien del hallazgo todo está permitido. La única verdad es la espontánea, la de “Escapa la noche” en Parentescos y al final de la estrofa, como al final del día, te dice algo más, que no creías que estuviera, por ejemplo el calambur travieso de “Va al Día”:

De su negra condición escapa la noche

Para entrar a ocultarse y darse

al día.

Baldía

“Más que escribir, dibujo mis cuentos”,  dijo a César Güemes en una entrevista en El Financiero en 1996. Para Javier Molina fue la pasión por las palabras que comprometen la voluntad humana lo que originó La gramática fantástica.  En Versoconverso, lo asimila José Angel Leyva como “la mirada que apunta hacia fuera”. Para Edgar Lomelí Morales se trata de un silencio incandescente. Eduardo Milán ha resaltado “la poética prosa de Raúl Renán”. Humberto Musacchio en su gustada sección del Diario Reforma “República de las Letras”, ha comentado entre otras obras: Henos aquí, pondera la tarea realizada por Renán en el Periódico de Poesía. Al ingenio de Raúl Renán lo retrató Héctor Orestes como “la serena sabiduría del sabedor”.

Alberto Paredes subraya la transcripción de la ciudad en Los Urbanos, (poemas de Raúl Renán). Federico Patán analiza entre tantos, Serán como soles.

Si Juan José Reyes lo asume como la palabra viva, Agustín Ramos potencia su admiración en Punto,

“Si las palabras tomaran la palabra…” En Renán resplandece con fuerza el reclamo social. Por ejemplo en su poema “Catedral”, esgrime que la palabra Catedral necesitó de otras palabras para erguirse firme, pero un día se abatió “sin quedar letra sobre letra”.

En esta poesía reviste un singular valor la ocurrencia. Fundamental es el juego de ingenio, lo lúdico, (sumergida materia de celofanes, dice, del agua) pero se trata de ocurrencias con una voz de mando que las sabe formar. Tal es la diferencia entre ocurrencia y signo. El signo es el destello definitorio que se da dentro de un código, a menudo una estela de valores aunque sin ser moral. Sin juzgar. Una especie de errancia luminosa, de configuración organizada en que el autor está incólume, lo atraviesan los signos pero él sigue en pie vertebrado por el afán que le hace escribir: “Siento una muda claridad por dentro”.  Por eso dice Jorge Asbun Bojalil en su ocurrente prólogo al libro (la itálica es mía):

“Renán, el artífice incansable, el maestro continuo, el arqueólogo que busca poemas dentro de los poemas, tiene ganado, desde hace décadas, un lugar en el letrado universo y seguirá ocupándolo por los siglos de los signos”.

CON ESA PACIENCIA ESTUDIÓ EL NACIMIENTO DE LAS CAPITULARES de la A a la Z, dando lugar a la serie que apareció en el Suplemento Sábado de Uno más Uno con las valiosas ilustraciones de Eko en 1988.

Ante esos “siglos de los signos”, como el poeta siento una muda claridad por dentro, recuerdo su “Soneto Texto” dedicado al estructuralista Roland Barthes, donde conjura: “la palabra se entrega a la lujuria/ de la página y no toca lo blanco”.

En fin, ¿quién es Renán? El que demuestra las posibilidades del Hai ku a partir de Lámparas oscuras, un libro sobre el cual ha dicho Samuel Gordon que “se trata de los inicios de una poética de la brevedad”, el “domador de palabras”, como lo refiere Jorge Fernández Granados, pero mucho más que eso, el de Mi nombre en juego,  el autor de una obra a la que Margarito Cuéllar asimila como “todos los juegos del juego”, el de la sonriente lección que identifica Sergio Cordero, intérprete de la “Sonrisa de Raúl”, el que sabe reír, ¡no sin piedad! de las virtudes y vicios de sus contemporáneos en el gustado libro Catulinarias y Sáficas, referente obligado de los que hemos tomado diferentes opciones para llevar a cabo el trabajo editorial, a quienes comprendiera en su ensayo Los otros libros; el de Rama de Cóleras, Cuadernos en Breve, y Volver a las cosas, y Parentescos. Todos tenemos algo de esa familia tras leer a Renán. De esa silenciosa Sagrada Familia que él estudió en Sabines. (“Algo sobre la vida y muerte de la tía Chofi”, en octubre de 1986). Todos tenemos algo de lo que él descubrió en su brillante amigo Alí Chumacero cuando lo vio “como palabra inserta en el eco” (Unomásuno, junio 1987). De esa “otra verdad de la creación” que él analiza respecto a su amigo Gabriel García Márquez a veinte años de publicada su obra maestra.

Ya Ignacio Trejo e Ixchel Cordero lo hicieron hablar con la correcta técnica de la entrevista que verdaderamente es “la más pública de las conversaciones privadas” cuando el escritor se la dirige a sí mismo (Autoentrevistas de escritores mexicanos, Conaculta, México, 2007), donde ha dejado hablar a su otro yo, “el que me presiona muchísimo de que diga las verdades que no puedo decir en la vida común, y voy diciendo cosas que han ocurrido en la vida social literaria”. Es por eso que Antonio Contreras desde años atrás lo había reseñado como a un autor “con la gramática por dentro”. Concreto y oportuno lo miró el poeta Eduardo Cerecedo.

¿Y yo, que siendo tan chismoso faltaba de hablar, después de todo esto puedo aún preguntarme quién es Raúl Renán? ¿Tendré derecho a decir que para mí, es el amigo del café de La Bella Italia que algún fin de semana, me presentó a Guillermo Fernández? ¿El que nos animó a la tertulia de Bonifaz, en La lechuza, y una vez convenció al gran maestro, a la sazón Coordinador de Humanidades para que yo pudiera dar la clase de Teoría del Conocimiento para el Diseño en una Universidad enclavada en la mancha urbana?

¿Quién es Raúl Renán? ¿Solamente el amigo de García Márquez por quien mi amigo Julio y yo nos animamos a entrar a sus exequias en sitial reservado a la Loaeza, a Jacobo, a Armando Manzanero? ¿Quién es, quién es Renán?

Es Bellas Artes, y en Bellas Artes yo creo que sí lo saben, porque siempre fue un símbolo para nosotros y yo llegué a pensar primero se acaba Bellas Artes que salir de ahí Raúl Renán.

¿No lo dijimos así en aquel café que nos tomamos, con la querida y admirada Norma Treviño Salazar, un verdadero hito en la vida de Renán, antes de oír a Óscar de la Borbolla disertar?

Pero por eso, ¿quién más es Renán? El buen amigo de Sandro Cohen. El que me presentó Las Glorias del Eje Central, que acaso debí llamar Las Glorias del Eje Renán, aquella memorable noche en la Casa de la Cultura Reyes Heroles a la que asistió el mismísimo Efraín Bartolomé… y declaró Renán que mis poemas (gracias) servían para un buen postre.

El mismo parece ahora un caballero andante, estampa del Quijote arrancada a un libro estrujado o viejo, y así se quedará entre los poetas, el “Viajero en Sí mismo”, el Cantomagno,  el “herido de mano personal”, porque su voz como la terca enredadera, crece en busca de la luz. Se quedará entre una y otra época, avizorando un nuevo amanecer:

Voz serena del alba, ven, levántate

donde el guerrero inclina su piedad,

su reposo vencido en el combate;

vela sus restos y, de nuevo, espera…

 

El de aquellos domingos en la iglesia, en el parque, donde las plantas forjan su verdería; aún si ahora regreso, seguro estoy de percibir la intensidad del crecimiento lento de las plantas en derredor nuestro, con su eterna “textura vegetal de verde altivo”.

Porque Renán vivía cerca de una iglesia, yo en un fraccionamiento cercano; eran otros años en el fondo ambos conocíamos al párroco. Había también un grupo de señoras que daban catecismo entre las cuales estaba mi mamá. Y veíamos crecer a sus amadas hijas, Teresita, Jimena, Constanza, que se quedó a entreabrirle las puertas de la eternidad.

¡Reír!, ¿rezar?, un poco nos curtimos sin atreverse a ser todavía lo que dijera Perse: “la mala conciencia de su tiempo”. Yo sabía que detrás de aquel hombre había una autoridad en la materia, por quien había obtenido mi primera beca. No he vuelto a ver nada como los Rostros de ese Reino que aún no me atrevería a comentar. Y antes de que nos hable con la solemne voz predicando el vasto imperio de Vibraciones desde el silencio que hoy nos da con su voz, me adelanto a decir que en aquel parque cerca de la iglesia, Raúl Renán, es, fue y será siempre para mí, Raúl, el inmortal.

 

 

     
 
             

Gracias por su visita

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