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Carlos Santibáñez Andonegui

 

 

 

 

México, D.F.

 

 

 
     
 

16.Dic.15

 

 
EL FANTASMA DE LA DESCALIFICACIÓN (o los poemas de un diario fallido que no tiene nada de fallido)
 
 

Ausencio Martínez Lucio, Poemas del Diario Fallido, Ediciones Perséfone, México, 2014.

 

Todos temen al fantasma de la descalificación. Es por tal razón que, en ocasiones se adelantan a reconocer, desde el título, que su propuesta no era, exactamente, poética, y titulan su obra con un cierto matiz peyorativo, quizá esperando la salve la veta que encontró quien formuló el vocablo “antipoesía”, pensando que lo mejor es ponerse directamente en contra de ella, pero en el fondo quienes entienden de poesía saben que la antipoesía es más poesía que otra cosa. Las más de las veces esto viene dictado por experiencias negativas previas sufridas al empezar a dar a conocer la obra a gente que se supone “experta” y ha ejercido en mayor o menor grado, de forma más o menos dolosa, que ya no dolorosa e irresponsable, el arte de la descalificación, hasta hacer de ella el terror por el que la gente bien intencionada y sus acostumbrados manipuladores o guías cruzamos actualmente: ya no la mera calificación, sino el fantasma de la descalificación. Sin detenerse a preguntar: y esa gente que descalifica, es experta para quién, para qué. ¿Quién concede o extiende, o tiene la patente para dar la calificación de poeta o cancelarla? ¿Lo puede hacer por decreto el Presidente de la República? ¿El gobierno acaso?, o la iniciativa privada, en su delirio de productividad que con tanta razón acometió el Papa Francisco en una valiosa intervención reciente, de un modo u otro estamos ante un nuevo huracán y sí muy peligroso: el fantasma contemporáneo de la descalificación y su antídoto: la “certificación oficial”, la obligación de actualizarse una vez expedidos títulos que a la postre el mismo Estado reconoce mal habidos cuando no inútiles, sin que hayan bastado a convalidarlos el recurso tradicional de la maestría o el doctorado. ¿Puede la poesía poner en juego el nivel de la “Educación Superior”? ¿Es acaso un Diplomado impartido por sabias instituciones o dependencias oficiales, el que nos va a hacer poetas? Es así que el poeta se adelanta, o pretende adelantarse a las críticas titulando: “Esto no es un poemario”, “Todo menos poesía”, “Trabajo ilegal” o como en el caso que hoy nos ocupa: “Poemas del diario fallido”.
A lo anterior sigue un proceso de defensa a ultranza del título, al tenor de: “no, lo mío verdaderamente nunca pretendió ser poético”, o “defiendo mi derecho a titular como quiera”, o reconocer desde el título, como en el caso que nos ocupa, el diario que le dio lugar, es el fallido. No los poemas, aunque se alcance a percibir en ellos algo de fallido. Pero todo esto, mientras no alcance a parecerse al Quijote que Cervantes plantea bajo premisa de: “me lo contó Cide Hamete Benengeli”, y que en su caso acertó como quiera que fuese para librar a la Inquisición o reírse de este mundo cobarde (pues nos demuestra el investigador Ludovik Osterc que ese nombre no es sino la arabización del nombre de Cervantes por cuanto etimológicamente significa: “Señor que alaba al hijo del ciervo” y Cervantes significa: “Hijo del ciervo”), no pasará de ser un paso en falso, parecido en esencia al de quien da un regalo y agrega: “no vale la pena, es una cosa muy simple, usted no se apene”, sin reparar en que al darlo así está pre juzgando sobre quien lo recibe, poniéndolo sin querer, por debajo del regalo. “No, si no vale la pena, entonces cómo me lo da usted a mí?”
La falsa modestia en ocasiones ayuda, pero si es falsa, a la larga, contará más lo falso que lo modesto. Basta un vistazo a la obra que nos ocupa para saber que sí surte el nivel de lo poético, no se requería falsa modestia y en vez de darle un título así, requería sólo un poco de tallereo para dejarla sin nada fallido, por modesto que fuera. Paso a las pruebas; quien dice en la primera plana: “…en el vacío del mundo/ sin casi nada por decir/ se esconde entre los autos la palabra// Dónde estará la poesía/ dormida en esta hora/ taciturna y cansada/ Qué triste perro flaco de orejas aturdidas/ habrá de despertarla”, es alguien que sí entiende de qué se está hablando, a quien no necesitamos repetir que el primer saludo del poeta es a la muerte, porque ya lo sabe pero ahora hay que recordarle que no lo va a arrancar de ningún diario fallido. Ahí viene otro ejemplo nada fallido: “Hasta nosotros llegan gritos de otros naufragios// Escuchamos –o así lo creemos- cuerdas y voces de la misma dolencia/ en maderos sueltos nos aferramos al discurso/ y son nuestras palabras ecos sin remo”. El diario que esto contenga deja de ser fallido y a partir del instante que lo contiene pasa a ser bien hallado; no confundir, como unos suelen hacerlo con lo que es la poesía. Al fondo sí es indefinible, pero muy en el fondo, y por ejemplo no es indefinible el que debe haber un darle al tiro al blanco detrás del texto, y es esto lo que la conecta al valor trascendencia. Lo trascendente en sí, no sólo es el creer que va a haber conciencia más allá de la vida, en poesía lo trascendente es distinto de la trascendencia; lo trascendente en poesía, es tanto creer que se va a trascender después de esta vida, como que no, pero ventilarlo de cara al texto, tomar la hoja en blanco y preguntárselo, y que ella conteste con lo que está ahí: esto es todo, porque también en toda visión inmanente, el poeta se confronta con el mismo dilema, y en esa medida, a querer o no, su acto, el acto de hacer poesía, es trascendente, alcanza trascendencia. La primer gran lección que debe recibir el que quiere ser poeta, es que no hay, no se podría encontrar un solo texto poético que haya pasado a la historia, que haya merecido el privilegio de la perspectiva histórica, que no tenga que ver con esto, que no tome a la página en blanco como el pretexto total para dejar ver esto, y aunque no haya sido la intención manifiesta del autor, quien lo interpreta puede observar fácilmente que el texto pone de relieve esto, su paso por la brevedad de la materia, su sentido exponencial de exhibir lo que le está obsediendo como algo a la luz de lo que vendrá, presente que en efecto se presenta, y no hay texto poético que no acaricie este milagro, que no refleje el deseo de entrevistarse con la muerte, y quienes lo leamos nos entrevistemos con ella, a través de su segura y única intérprete: la vida.
Por eso el diario deja de ser fallido y la palabra fallido debe eliminarse aunque el diario lo hubiera sido y los poemas que de él surjan dejen de serlo, la palabra fallido no tiene por qué contaminar la poesía, cuando se sabe escribir: “No hay proyectil mortífero/ sino el de la tristeza de tener voz/ y guardarse las palabras”.
A partir de la trascendencia, el grito de la piedad originaria es quien ordena a fondo el reclamo social, quien lo modula y transparenta. Así, ante un cuerpo desbaratado por las balas: “Da igual si la vida le hizo una jugada/ o si en un laberinto/ sin principio y salida/ se encontró con las balas”.
El grito de piedad origina el reclamo social, y no a la inversa. Por ese grito nos enteramos que donde más ha visto nuestro autor “verterse el aguamiel en las laderas”, es en la sierra potosina. Bien que la nombre, junto a callosas manos de los hombres en los ojos ahumados de las mujeres, en las “mejillas de los niños cuarteadas por lo crudo del invierno”. El reclamo social así impregnado de la piedad, es todo menos desprecio. Esto falta aprenderlo a quienes hacen del reclamo social el todo poético. No es el caso de Ausencio, pero sí le es preciso atender a cosas que el taller aporta, y a las que él no atendió, por ejemplo la conveniencia de prescindir del vocablo “las gentes”. Por algo se aconseja: “la gente”. Lo ilustra el verso: “te busco entre las gentes”, que a querer o no, resulta despectivo de “gentes”. A veces el taller lo que aporta es un “plus” en el camino a la frase exacta, o a la forma exacta que debería haber recibido una frase por natural. Si titulo un poema: “Noviembre es un suspiro en el calendario”, ¿qué no se da un paso más cuando escribimos: “Noviembre suspiró en el calendario”? Ah, pero qué ganas traemos de no caer en el trillado endecasílabo, ¿verdad? Al mismo tenor, mas con el alejandrino, en p. 63 debiste poner: “Y es la quietud entonces una rima que calla”, en vez de: “Y la quietud entonces es una rima que se calla”.
Nada de fallido, eso es otra cosa. Algo que se confunde con lo fallido es el mero resabio gramatical. El poema plantea: “Alejé la venda de mis ojos/ el relámpago era sólo una torreta/ que como un faro/ alertaba embarcaciones en naufragio/ y la escollera cuerpos amorfos/ apenas trozos de lo que fueron”, yo entiendo que ese último segmento “de lo que fueron”, aplica a cuerpos amorfos pero debe trabajarse un poco más hasta que se descarten al efecto plurales previos, porque en primera instancia uno se dice: ¿a quién aplica ese último segmento, a las embarcaciones, a los cuerpos amorfos o a los ojos del primer verso? Esto se soluciona descartando la simultaneidad del vocablo /escollera/ con /cuerpos amorfos/ conviviendo en un solo verso.
Hay excelencia en el poemario, hay que decirlo y descubrirlo; está ahí, es algo que se busca tras la mera manifestación de una quimera, para mostrar que entre sentir y hacer/ se guarda un abismo…
Los años se nos van en creer que han sido nuestros
y que el horóscopo chino es una encíclica
que nada dice sino que esconde
la animal condición de los humanos
Pero el tallereo nos muestra la ventaja de perseguir criterio universal. Universalizar la vivencia hasta donde se pueda, porque en aquel epígrafe (¡y luego epígrafe!), donde establece “/y entre la oscuridad como relámpago/ tu nombre:/ tu nombre ocho letras”, debe existir una razón mayor para que sea de ocho letras, y no de siete o seis o veinticinco, algo tan especial como lo que hay entre la oscuridad y el relámpago, tal como podría ser fe, pero tiene dos; alegría, siete; amor, sí que merecería estar ahí pero tiene cuatro, en fin anduve contando letras en diversas palabras con la ilusión de hallar una que en verdad cuadrara. Encontré /angustia/ porque /equilibrio/ tiene 10, creo que si no se da esa pista, por muy afortunado que sea lo de las 8 letras que no podría ser igual que dieciséis, o cinco, o lo que sea, hay que decirlo, porque no va a ser algo que se halle a la primera, y yo creo que tampoco a la segunda como correspondería por ejemplo a una buena adivinanza, entonces hay que –ni modo- dar pistas mayores sobre porqué 8 letras. Reitero: la razón debe ser clara, luego no tiene por qué ser oscuro el citar, un número sin la bendición que nos hace aplaudir de que sea así y no de otro modo, lo mismo que un epígrafe sin autor, como aquí ocurrió, porque lo que se da a entender tradicionalmente en este último caso es que uno se está auto citando, el fragmento es de uno mismo en alguna otra parte de su obra, o quizás es anónimo. ¡Pero pido perdón, debe ser su nombre de él: Ausencio, cerca de la poesía, lejano de la ausencia! Y uno dice: ¿ahora sí que cómo serás?
Hay también giros poéticos medio desperdiciados, al hacérseles combinar con algo que no los declara o funde como sucede con el giro: “Tal vez la humedad que nos injerta el ambiente/ en la mirada/ sea solo un pretexto”. Igual sucede con el brocardo: “Es la noche motivo suficiente/ para sembrar palabras”. Pero qué abiertamente bellos y disfrutables, son otros:
Es una noche oscura
ésta de nuestros sueños
a no ser por luciérnagas eventuales
que saltan de un vocablo a otro.
Cómo nos engañamos con tanta crítica que fundada o no, pretende ubicarnos. La grandeza de estos versos está dada por haber tenido oídos para escuchar el grito de la piedad y no otro:
Papá se fue una madrugada
de junio
hacía meses que preparaba
su equipaje
Y para nada ausente de esta poesía de Ausencio, el componente erótico, a veces travieso: “Solían abrir mis manos/ veredas en tu cuerpo”. Rasguñado al lenguaje: “Ella es frágil/ como papel ante el roce de algunas palabras”. O como en la sección fatalmente titulada: Una serie de recuerdos mal disimulados, mal disimulado: “Cuelgo en el alféizar de mis ojos/ uno y mil desvelos donde nombro/ la gloria de tus muslos entreabiertos”.
Para concluir, Poeta, como por ti, cerca de ti decimos: Témele al recuerdo… “al astillero en que vacía sus bodegas/ la nave de los sueños…”, al destello siempre candoroso del amor/ entre las piernas de muchachas/ o la música suave de una canción antigua”. Pero no salgas del papel reciclado y el amor que sobrevive al reciclaje de los años, llévate en tu preciosa evocación “el vértigo de un salmo/ el juramento de Hipócrates/ la soledad de los ascetas”, muéstranos la palabra de tu padre/ el cuento de la abuela/ y la niebla de su última/ respiración”.
Tú brillas, te queremos, estás en esto. Al final del día quedas como el mejor de los poetas al expirar el año “mientras el minutero fenece/ en el número doce”; nos brindas el quehacer de tu poesía, “una mano invisible azota la ventana”… una mano que anuncia despedidas. Puede que entre lo denso del pecho/ cierta neblina gris te enturbie el sendero, que entre nostalgia y pena: “Regreses a tus letras/ desdeñadas por el hampa”, quizá muerdas el polvo “tanto como un loco puede caer/ al profundo abismo de la razón”, pero no habrás caído nunca en el sutil mortífero “de tener voz y guardarse las palabras”.

 

 

 

 

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