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	dispusimos a arreglar nuestras flores en un rincón sobre unas piedras, 
	alejados de los escaladores, unos minutos después, ya estaban ahí junto, a 
	medio metro de las piedras que elegimos, los mismos que estaban echando sus 
	cuerdas a unos 20 metros, que decidieron cambiar de lugar e ir a medio metro 
	del elegido por nosotros. No pude resistirme de decirles que, por una parte, 
	ése no es un lugar para escalar como zona arqueológica y que hay pinturas 
	rupestres exactamente en esas paredes donde ponen sus cuerdas y arillos; y, 
	por otra, que por qué habían cambiado de lugar a uno tan cerca del nuestro. 
	Y, claro, el cabecilla respondió que podían estar donde quisieran y que los 
	respetáramos (seguramente se refería al mismo respeto que él mostraba). El 
	hombre, que dijo llamarse Uriel Lara, aseguró que tiene permiso del INAH 
	(Instituto Nacional de Antropología e Historia) para escalar allí, en la 
	zona arqueológica, y que si nos molestaba su deporte, que habláramos con el 
	INAH. También dijo, de manera despreciativa, por supuesto, que ellos hacen 
	“deporte” y no actividades “tan retrógradas” como las nuestras, refiriéndose 
	a las flores y al incienso 
	-seguramente este hombre debe estar en contra de iglesias 
	y religiones o de regalar flores el día de la madre o cualquier otro día-, 
	comentario con el que reiteraba su concepto de “respeto”. |  |