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1er Encuentro Latinoamericano de Escritores Tulancingo 2007 - Homenaje a la escritora Elena Poniatowska - Monumento al Escritor Latinoamericano en Tulancingo

Reseñas - De las Memorias

20.Nov.08
       
   

Dos hidalguenses en la apertura del Encuentro de Escritores en Chile

 
    II Encuentro Latinoamericano de Escritores Valdivia 2008  
    continuación del 2o Encuentro Tulancingo octubre 2008  
       
                 
 
  2o Encuentro Latinoamericano de Escritores    
  en Valdivia, Chile   
     
 
     
  dos hidalguenses en la apertura del  
  2o Encuentro Latinoamericano de Escritores Valdivia 2008    
  Cristina de la Concha y  
  Jorge Antonio García  
     
     
 

Libertad de decisión de ser

 
 

por Pterocles Arenarius

 
 

en el aniversario del Monumento al Escritor Latinoamericano

 
 

el 12 de Octubre

 
     
 

Ricardo Yáñez; Puntual  

 
 

por Luis Ovidio Ríos

 
     
 

Palabras inaugurales del Presidente de la Sociedad de Escritores del Centro de México, Javier Malagón:

 
 

La Poesía, Luz de Futuro

 
  en el 2o Encuentro Latinoamericano de Escritores Tulancingo 2008  
     
     
     
  En Argentina  
  Cristina de la Concha se presenta en la ciudad Colón  
  es nombrada Huésped de Honor por la máxima autoridad de esta ciudad de la provincia de Buenos Aires  
     
     

 

 

AEXA

 

AGENCIA ESPACIAL MEXICANA

 

Entrevista al Ing. Fernando de la Peña por Javier Solórzano en YouTube

 

http://www.youtube.com/watch?v=8rUrewXWAa4&feature=related

 

 

 
   

Intervención del poeta hidalguense Jorge Antonio García en el II Encuentro Latinoamericano de Escritores Valdivia 2008, el pasado 3 de noviembre.

 

COMO EL MUSGUITO EN LA PIEDRA

(En Valdivia, Chile, Noviembre de 2008)

Testimonio

(un poeta mexicano en Chile)

            ¿Qué representa Chile para mi generación desde México? Les contaré:

            De niños, leímos libros y poemas antologazos por una maestra llamada Gabriela Mistral que José Vasconcelos invitó a colaborar en México.

            En nuestra adolescencia no faltó quien enamorara a la novia diciendo “me gustas cuando callas porque estás como ausente, / y me oyes desde lejos y mi voz no te toca”.

Por si aquello fuera poco, la década de los 70’s pintó de color chileno nuestro corazón. Eso cuento:

En 1973 yo tenía 17 años de edad, en la Escuela Preparatoria teníamos un maestro de Matemáticas, Alfredo Ramírez, muy especial él; no por sabiduría y fervor por los números, que no era poca, sino porque tenía la peculiariedad de alternar, cada tanto: los complejos problemas de una o dos incógnitas con charlas y discusiones sobre los acontecimientos políticos de la época. Así, la política nacional e internacional avivaban la sesión de las equis y las yes. El maestro nos instaba a informarnos, a inquietarnos, a acceder a algún medio más allá de la prensa oficialmente callada o comprada. Se aventuraba a comentarnos un buen libro, en sus páginas más decisivas, incluso, nos traía casetes y discos de acetato y ponía a nuestra consideración a algún cantautor rebelde, o bien, se atrevía a leer a los imberbes estudiantes, algún poema, llamado, de protesta social.

            En alguna de esas sesiones entró el caso de la lucha del pueblo chileno: acontecimiento político que nos había estremecido: hacía un año que el país más austral de Latinoamérica, luego de un golpe militar, había sentido ahogar con sangre lo que los analistas llamaban la “Vía chilena al socialismo”. Muchos sureños habían tenido que emigrar de ese país; un exilio obligado para salvarse de la persecución y la muerte. Sonaba tan fuerte, tan dramático para nuestros jóvenes corazones que parecía necesario hacer algo, decir algo, pensar, opinar.

El gobierno mexicano –en un gesto contradictorio para esos años, pues acababa de reprimir en 1968 y en 1971 a cientos de estudiantes en la Cd. De México- optó por abrir las puertas solidariamente, recibiendo a miles de chilenos y creando, como una especie de Embajada de la Resistencia en el exilio, la Casa de Chile en México.

Esa fue una coyuntura para que el maestro Alfredo y un grupo de los más apasionados y entusiastas planeáramos hacer en el plantel, un acto político cultural de adhesión al pueblo chileno, o por lo menos a los exiliados en nuestro país. Así que en Noviembre de 1975 se invitó oficialmente a la gente de la Casa de Chile en México para que hablaran ante los estudiantes y jóvenes del pueblo sobre la situación acontecida en Chile. Fueron el Ing. Francisco Orduña y el Dr. José Ma. Bulnes quienes hablaron aquella tarde para una audiencia de unos 580 alumnos y maestros. El discurso de Bulnes contaba el sueño chileno, el sacrificio de Allende y la esperanza de sobrevivir a la intolerancia y el terror; y soñar a pesar de todo con un país posible para la clase trabajadora. Aquella tarde participamos nosotros recitando algún poema: “Ahí florece Cuba” y cantando canciones mexicanas rebeldes.

La reunión obligada de evaluación, o de celebración trajo como saldo una gran iniciativa: formaríamos un grupo político cultural permanente; su nombre sería: Grupo Cultural “Salvador Allende”. Grupos de teatro, trovadores y cantores de música folclórica latinoamericana, círculos de estudios, células políticas, teatro infantil, talleres de poesía escénica y coral y, desde luego; romances, rupturas y sueños, cumplidos y por cumplirse. Por la actividades que se generaron muy pronto necesitamos sede: primero invadimos la casa de Alfredo, después rentamos un local que, además de ser alternativa para las reuniones, dio lugar a una librería; llamada obviamente: Librería “Salvador Allende”.

Los poemas de Neruda, la epopeya dolorosa de Víctor Jara, el Quilapayún y el Inti-Illimani pasaron por nuestro corazón y nos dejaron marcados. Nuestros corridos, sones y huapangos mexicanos, de momento, pasaron a la sombra, eclipsados de pronto por: cuecas, refalosa, huayñitos, trotes, marchas y sirillas. Entraron a nuestras manos con la quena, el charango, el bombo y la guitarra más latinoamericana que nunca. Coincidieron esos años con el auge político en México de dos de los sindicatos más fuertes de la década de los setentas: el STUNAM y el SUTERM, de los electricistas, y más tardíamente, el sindicato de maestros cuya presencia irrenunciable, fue frenada pero no mediatizada y dio la semilla para que a partir de allí, se abriera el gobierno a elecciones más o menos plurales y acabara la dictablanda de un solo partido (PRI) que había traicionado y envejecido a la revolución mexicana de 1910-17.

 

 

 

 

 

 

El grupo “Salvador Allende” existió por casi una década; ya no era necesariamente de estudiantes, sino de abierto a las vocaciones que  nacieron y se desarrollaron, hermandades que nunca se han disuelto, hasta la fecha, sino que sólo el tiempo y el camino que a todo mundo arrastra, nos llevó a distintos trabajos, matrimonios, actividades y sueños que cada quién acometió en su momento.

Mas debo decir, en honor a la verdad, que esos años fueron definitivos para nuestra formación.

En ese marco de sucesos, por fuera y por dentro; para nuestro espíritu, hubo una voz, una tesitura esencial, que en el más profundo sentido de la palabra, enriqueció nuestras vidas. Nos enseñó algo tan simple, tan humano y tan sagrado como dar Gracias a la vida. Sí, era la Violeta, que desde el Sur, llegaba en entrañables discos de acetato y luego en casetes de cinta magnetofónica. Decían que había muerto años antes,  -decían que de amor-; pero nosotros la escuchábamos muy muy viva, doliente y apasionada, como se está cuando se ama. Signados estábamos por la necesidad de buscar algo que nos expresara, que fuera más alto y más hondo que nuestra simple manera de luchar y cantar. ¿Será por eso que, desde entonces, nuestro joven corazón se vistió de color violeta?

Y “han pasado los años,” –dice Neruda- “pisando como paquidermos, ladrando como zorros locos. Donde pegué, me pegaron, donde me mataron caí, y resucité con frescura. Y luego, y luego, y luego… Es tan largo contar las cosas… Vine a vivir en este mundo. ¿Dónde estará la Guillermina?”

El caso es que hoy al encontrarme en esta tierra, al cumplir cita con mi vida y con los amigos escritores chilenos de la región de Valdivia, lo primero que debo decir es “Gracias”. Gracias a la cultura chilena que nos regaló cantautores profundos, poetas con dimensión absolutamente latinoamericana y universal; nos enseñaron la humana herida, el vinagre y la hiel, como ingredientes de la palabra emancipadora, la palabra de la esperanza. Mi deuda con la cultura chilena es impagable. De ejemplo, les pongo que mis hijas, hoy veinte añeras y casaderas, cuando eran bebés, sin necesidad de haberse muerto, alguna vez fueron arrulladas, en lo sagrado y tierno, con El “rin” del angelito, por ejemplo.

Por eso, hoy, venido al sur de Chile, desde el centro de la cultura tolteca mexicana, de Hidalgo y desde el corazón de Quetzalcóatl, mi primera y primordial palabra es “Gracias”. Es una cita estar físicamente en Chile, porque espiritualmente, hace mucho que estamos muy cerca. Hace un año un mes, cuando los sureños estuvieron en Tulancingo, Hidalgo, yo dije: “Euclides sostuvo y demostró que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta”; Octavio Paz, poeta mexicano, afirmó “que la distancia más corta entre dos puntos también puede ser el infinito.” Yo me atuve a la sabiduría del filósofo de Güemes, Tamaulipas, un personaje que oficia su magisterio en las cantinas; él dice que “la distancia más corta entre dos puntos, es juntarlos.” Y eso estamos haciendo sureños y mexicanos, gracias a la iniciativa de unos cuantos y de la extraviada y asertiva Cristina de la Concha: mesoamericanos, centroamericanos y andinos: juntarnos, para saber que nunca hemos estado separados. Porque al leer al Dinko Pavlov, a Miguel Ángel Rojas y al Rodrigo Landaeta, supe que tuve siempre unos hermanos que no conocía.

Al verificar con mis ojos esta patria, dudo haber estado imaginando esta tierra como el gran Kan imaginaba Europa, convocada sólo por las palabras de Marco Polo. No sé si los nombres de Antofagasta, Iquique doloroso y Vallenar están realmente; si ese paraíso que esta frente al mar y las viñas, es un mar de vinos, que rivaliza con el Pacífico. Si Puerto Montt y la Mar Serena, no serán sitios como Macondo, que evocaron los escritores y cantores. Y si en Temuco, “la lluvia sigue cayendo con el mismo traje”; si es cierto, acaso, que existió una ciudad que un día flotaba en las tinieblas y que alguien llamó con dolor Santiago de Chile. Si es que Santa María Blanca de Valdivia y la Región de los Ríos, fue catalogada por los autóctonos, los colonos, los geógrafos y los poetas, y no es una invención que creció del sueño de algún creador de historias fecundas. Quiero saber si en la tierra del poeta, y de los poetas, estará allí la Guillermina, con sus mismas trenzas de trigo, sus abrazos y sus besos, siempre jóvenes y nuevos, y esos ojos inmensos que atraviesan el tiempo y las distancias. Y si el sabor de la menta y el olor de la araucaria, pueden lograr que un poeta pueda, después de vivir medio siglo, volver a los diecisiete, con sólo pisar tierra chilena. Esa es mi fe. Gracias.

 

 

 

 

 

 

 

 
                 

 

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