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12.Ago.15

 
 

 

         
  Carlos Santibáñez Andonegui

 

 

 

     

LUDWIG ZELLER, UN RITO DE ELÉCTRICOS CHISPAZOS

 

Por: CARLOS SANTIBÁÑEZ ANDONEGUI

 

La poesía enseña, transmite más allá de esta vida, algo invisible y verdadero. Qué alegría patentizarle esta certeza a un autor surrealista, no para surrealista, que se halla entre los vivos: Ludwig Zeller, (Río Loa, Chile, 1927) quien hace tiempo viniera a vivir al Callejón de La Luna, (San Andrés Huayapam, Oaxaca) en este México, del que se dejara embrujar en 101 poemas de que consta su libro: El embrujo de México. Recientemente editorial Almadía publicó la antología Mujer en sueño y otros poemas, con algunos de sus poemas más queridos, en lo sucesivo también más requeridos, título tomado de su poema Mujer en sueño, dedicado al gran amor de su vida, la artista plástica Susana Wald.

El libro llena un hueco en el mundo editorial: para acceder a Zeller se contaba tan solo con dos antologías agotadas: Salvar la poesía, quemar las naves (FCE, 1988) y Los engranajes del encantamiento, (Aldus, UNAM, CONACULTA, 1996). 

Consta de ocho capítulos unidos, según Oscar Javier Martínez el antologador, por algún “relámpago interior cuya onda expansiva seguirá creciendo”. Acerca del relámpago decía el autor de La serenidad crispada, René Char: “El único dios que puede ser propicio a los poetas es el Relámpago, que algunas veces nos ilumina y otras nos parte”. Zeller da su poesía como ofrenda de quetzal emplumado: “La obsidiana se cubre de plumas y es relámpago”. Dios, que se cree escribió el mayor best seller de todos los tiempos, admite en Baruc que el relámpago se hace percibir cuando aparece. Susana Wald comenta que conocer a Zeller, fue como ser tocada por un rayo. La poesía es la sabiduría que nos espera, percepción relampagueante porque nosotros y ella somos la misma cosa, y estamos indisolublemente unidos. Lo que hacemos en vida es pescar en el mar de la existencia, para obtener, con Zeller, “ese gran pez del alma: el otro yo”. Hay “Engranajes del encantamiento”: Me incorporo entre lámparas. “Hay una imagen que arde al fondo de los días” y es “Raíz en la Noche”. Si Reina María Rodríguez considera: “un hombre que sueña tiene/ el poder de los espejos”, y Raúl Garduño conjura: “Sueñas, lava tus manos/ la tentación del mundo”, Zeller concluye lo mejor de todo, que esto es invisible y Lo invisible late y crece en la realidad. Lo sabemos entre todos. “Somos, -diría Rilke- las abejas de lo invisible, y libamos el néctar de lo real”.

Zeller, -explica Anna Balakian en el prólogo- no puede traicionar el culto surrealista de inmanencia adoptado por ese movimiento, pero al igual que Char, canaliza su propensión a lo sublime trascendental, identificando una vena sagrada en el mundo material. (1) Para ello elige a la mujer: polo magnético, y lo junta con otro polo: el sueño. Por este camino da con la mujer como “paisaje que no tiene ya fin”. Al desnudarla para hacerla suya la percibe rodeada de una infancia de ojos sorprendidos. “Tus miradas de sueño eran las mismas/ De esa muñeca negra que llevabas atada/ en el costado/ En la atroz pesadilla de llegar hasta el fondo…” Es dolor del recuerdo, ése que deja las fotografías casi roncas.

 

Si alguno, entre el nudo de ojos, salvará en vida y muerte “como el perfume de la flor del hielo”, a la mujer, es el poeta. ¿Qué más es la poesía sino este amar la vida en ese sólo hervidero de pétalos?, ese brillar un instante la piedad en las pupilas de El Faisán Blanco.

 

¡Hay que amar! La poesía de Zeller, como el verso de Petrarca que reza Amar espero más de día en día, parece repetir: hay que amar, “amar es estirar hasta los gritos las cuerdas del violín”. Solamente al amar “toma color el ojo”. Arturo Schwarz describe a Ludwig Zeller como el eterno enamorado, en quien las palabras y las imágenes mismas se aman, del modo en que se aman los sonidos en la música de Mozart”. (2) Todo camina hacia la luz, el recuerdo también va hacia la luz, Zeller recomienda recordar a la gente “a grandes gritos”, hacia un nido de espejos.

 

Así, pedirle a la amada: “En los días enciéndeme la hoguera hecha de huesos”. Buscar adentro del Otro “los contornos de la verdad, el amor, esa fiebre”. Llegar donde hay que llegar: “Allí llama allí espera ha de venir la lluvia”.

 

Luz para fundir el llamado en erotismo: cuerpo que canta en la pleamar del grito, en “el misterio de ser sólo la brisa”, ojos, por los que pasa el mundo, que el poeta percibe detenidos en el encantamiento, como las voces “ojos por los cuales desciendo al mar abierto”; a la amada en tanto marea ya tejida, estrujada. Luz para encontrar, en la mirada, ese placer exacto en donde todos los extremos se tocan; para implorar: “Canta, escucha la piedad de la lluvia”.

Cuerpo anhelante “en el lenguaje perdido de las piedras que cantan”, cuerpo que acomodas tus deseos a la hoguera, “mientras abres los brazos al llamado del vuelo”. Cuerpo de la amada a quien rendirle en acto de amor, “Te has vestido de piel para mis noches”.

Podrá seguir la historia: El destino cabalga en su silla de duelo. “La vida golpea,/ Truena sobre un tambor de piel e incertidumbres”, pero la historia personal que construye cada uno en libertad, nos lleva a oír la miel: “el ruido de millares de abejas que en ti laten”. Y además, verla: “dulcemente se lamen las miradas”. Todo esto es lo que hace Ludwig Zeller. Decirnos cómo es, en el poema. Y éste es Ludwig Zeller, ¡el de “Casa de Infancia”, el de Mandrágora!, ¡el que propone: A veces me despierto…!

 

 

 

  1. Cfr. Anna Balakian, introducción a Mujer en sueño, p. 27.
  2. Susana Wald, prólogo, p.10

 

Reseña a: Ludwig Zeller, Mujer en sueño y otros poemas, con Collages de Zeller, portada: Alejandro Magallanes; selección y notas Oscar Javier Martínez, Anna Balakian y Susana Wald, México, 2015.

 
             
             

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