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22.Jul.15

 
 

 

         
  Carlos Santibáñez Andonegui

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     

EL COLMO DE LA HISTORIA ES LA HISTORIETA

 

Héctor Carreto, Testamento de Clark Kent, Almadía Ediciones, @Almadia_Edit, www.almadia.com.mx, Diseño de portada: Alejandro Magallanes, interiores: Yolanda Rubioceja, México, 2015, 2ª. Reseña de Carlos Santibáñez Andonegui, 3/05/15

 

 

 

El testamento constituye un modo de saberlo todo. Palabra culta, proveniente de testor, que a su vez provenía de testis (testigos), y significaba “toma de testigos”, como acto jurídico que contiene la última voluntad de una persona, el testamento en realidad al ampliarse a un marco de referencia filosófico, nos toma por testigos a todos los que vivimos. Ahora imaginemos el alcance que pueda tener el testamento de Súperman. Una noticia a ocho columnas que conmoviera al orbe: “Abren el testamento de Clark Kent”. En poesía los lectores estamos obligados a leer siempre con un doble, o triple sentido. Así que al poner en nuestras manos la editorial Almadía el libro intitulado Testamento de Clark Kent, de Héctor Carreto, ha sido como dejar al descubierto el furor de una noticia que el libro hace oficial, furor por supuesto de carácter poético, la grave noticia de que abren el testamento de Clark Kent.

Para colmo, Carreto se parece a Clark Kent. He visto largamente sus lentes, que últimamente enfocaban ya con mayor malicia. Lo calibraba en reuniones oficiales como de amigos: Sí, Superman lo ha vuelto testigo. Y testigo, que en latín proviene de <tres stare> tiene un cruce con /mártir/. Ahora esperemos que Superman no lo haga mártir. El más curioso significado de mártir en Roma, es el de testigo. Testigo, es el que da testimonio. Carreto da testimonio de la fe que suscitó la historieta, su pasión, su compasión, sus límites de fuego. En ese sentido también al ampliarse a un marco de referencia filosófico, Héctor pudo haber empezado su libro diciéndonos: “Amigos todos, testigos todos, pensadores, autoridades, poetas, todos nosotros damos testimonio de estar en vida, sobre todo Súperman”. Se agradece a los artistas y pensadores, que nos remitan al mundo de la historieta para reflexionar en ella y ver, como testigos de honor, lo que realmente dice de nuestra increíble condición humana. Lo han hecho ya entre otros Arturo Corcuera en El “Making of de Superman”, y ampliado al cómic en el ensayo en forma brillante, Artdolfer con el libro Para leer al Pato Donald. En este sentido el súper héroe es el Know how, lo más cordial del “hágalo usted mismo”. Por citar un ejemplo al azar de la penetración del cómic en la literatura, dice Eduardo Garay en La muerte de Supermán (Revista Salamandra, año 6, número 10-11 marzo 2006, Universidad Autónoma de Chapingo, p. 66) “Has terminado de leer la muerte de Supermán. Cierras y colocas junto a tu cama el ejemplar de colección… dejas que la música te envuelva R.E.M. Lossing my religion”.  Lo que el autor que hoy nos ocupa descubre, después de zambullirse en la lectura de infinidad de historias dibujadas, o dibujos historiados, es que “la kriptonita impide ser libre”. La historia se reduce a la historieta. Por eso pide el héroe al periodista: “déjeme salir, Clark, de este marco,/ déjeme salir de esta caverna de dos dimensiones”. Por un momento capto la emoción que aun al mismo Quijote o su escudero les diera el renunciar a todo tipo de vuelo, tanto el imaginario como el real, para quedarme con el justo deseo de este hombre que en verdad y más allá de las manías de sus creadores, bien merece llamarse el “Hombre del mañana”: “Quiero saber qué se siente volar en un espacio/ donde el volumen del planeta no es un claroscuro a/ lápiz”.

No hay que olvidar que una traducción literal de Superman, es precisamente Superhombre, Übermensch, la cual años atrás,  Nietzsche sube al tablero, motivada en su lectura de un manuscrito anterior, de Max Stirner, esbozando a la persona modelo, capaz de generar su propio sistema de valores dando por bueno todo lo que procede de su genuina voluntad de poder. ¿Entonces debería envejecer? No lo creo, por eso el mismo Hombre de Acero en labios de Carreto hablando por su poema “Inmortalidad”, establece: “con horror advierto/ en las páginas de los cómics,/ que mi estampa no envejece”. No envejece pero esto no consigue saciarlo. La política, las grandes decisiones piden ser tomadas por gente nueva. El secreto de la gloria es que la inmortalidad es solamente un castigo, embrutece. Dorian Grey retrocede ante el retrato y Supermán ante la foto. En el libro Testamento de Clark Kent, vemos un Supermán que regresando a su ser más antiguo, a Kal-El, observa la foto que le tomaron el día del niño, junto a los otros niños: el Hombre Araña, La Antorcha, a Mujer Invisible, los huerfanitos Batman y Robin, “y aquí estoy yo… mira la ardiente roca en mi pecho,/ mira mis ojos rápidos”.

Si pudieran, todos los personajes de la historia que se han acercado al Superhombre, y son todos, con el debido respeto he dicho todos los de la historia, para después caer en la más torpe y nimia de las telenovelas, del susto o del coraje volverían a morir. ¿Hay quien pueda tomar en realidad la estafeta? El superhombre resbala junto el hombre normal, se da cuenta de que son iguales, “ya no recuerdo bien los rasgos de mis amigos;/ sólo se aviva en mi memoria el resplandor de sus yelmos.” Y así como Manrique el que dijera “¿Qué se hizo el rey don juan?”, zumba el reflector de Carreto a través de su héroe niño envejecido: “¿Dónde, en qué álbum o azotea/ centellean aún los vivos uniformes?” Es el Carreto que tengo yo en una foto como del Siglo de Oro, que le tomé en el Bar de la Ópera hace dos años. Y a través del Acero inoxidable del tiempo, lo puedo ver detrás de esos lentes y ese rostro jocoso, permaneciendo fiel a la tierra, sobrevolar el área de Asuntos Escolares para advertir: “Escribo estas palabras/ antes de que la foto se torne más borrosa”.  El superhéroe nos enseña que a fin de cuentas las grandes pasarelas del poder son ridículas, la política no es más que la entronización de lo banal, el superhéroe, un hombre común que viene y se disfraza de hombre común y nadie nota su presencia: él y el hombre común, juntos se echarían un taco de pierna en la pileta de la historia: en la historieta; si la pomposa historia del mundo no es más que un degustar el plato favorito de ambos: tacos de pierna, y no se puede degustar sino en la franca historieta, y los milenios se reducen a esto, y no son sino esto, el crimen oficializado, los puros tacos de pierna,  el antihéroe Supermán de Carreto, no es más que el superhombre de verdad que ha caído, de la historia, a la historieta.

En La Tournée de Dios, Jardiel Poncela se anima a hacer venir a Dios a la tierra, y admite (p.61) “de haber leído periódicos Dios, es seguro que se habría arrepentido de su visita a la Tierra”. Más allá de Smallville, de los astros del celuloide, más allá del set, del tiempo fílmico… hay niños que hurgan en basureros/ y bocas que claman justicia/ que Kal-El no ha visto jamás,/ que no publica el Daily Planet.”

Todos nos parecemos al Supermán nostálgico que en 66 poemas construye el poeta Héctor Carreto, (nacido en Ciudad de México, 1953), autor de los libros de poesía: Volver a Ítaca, 1979, Naturaleza muerta, 1980, La espada de san Jorge, 1982, Habitante de los parques públicos, 1992, Incubus, 1993, Coliseo, 2002, Clase Turista, 2012, así como de la antología personal El poeta regañado por la musa, (Almadía, 2006) y Poesía portátil (1979-2006).

En cierta forma, la poesía es también un testamento. La filosofía. Porque guardan aquello que la humanidad considera más valioso y se lo dejan a alguien, que quiera comparecer como testigo. En este caso, a las generaciones futuras.

Quienes hemos firmado un testamento, sabemos que a partir de ese instante somos distintos. Algo nos configura ya a salir del mundo, hemos pensado en irnos. Hemos reconocido que tenemos que irnos. “Morir debe el que nació. Hasta un Dios-hombre murió”.  Pero a quien ha perdido aquello que tenía que testar, le sobreviene un vuelo interior que relata Carreto en el poema con ese nombre: “¿Me cuentas, oh Musa, de aquel niño gordo/ que a escondidas se ajustaba una capa:/ del águila miope/ que en secreto vuela como niño?”

Y como en este tipo de vuelos, “después de las fanfarrias/ se prende el cañón”, se nos antoja asimilar en el conjuro del vuelo, a la juglaría con el cómic. Las palabras lo hacen por nosotros, se unirían al baile aunque no existiéramos. Bastaría con ver que en la Corte de Alfonso X un trovador llamado Pero Mafaldo, despertó risa y llanto, como después lo haría, a su manera, Mafalda. Bastaría con ver que el nombre de “María”  la Virgen, pudo a través de un humano camino que pasa de la historia a la historieta, desembocar en “marioneta” (por evocar, primero, unas jóvenes venecianas que en 944 fueron raptadas por piratas y en su honor se instituyó la llamada fiesta de las Marías, a través de unas buenas chicas denominadas Marías, pero después, al substituir a aquellas Marías por unas de madera y cartón, que le salían más baratas al gobierno, el pueblo las rompió en pedazos, a los que se llamaron marionetas), y como en este tipo de vuelos, “después de las fanfarrias/ se prende el cañón”, a  remendar mi capa, me ocupo yo, antes que me suceda lo que a Súperman, que sorprendido en cosas de amores por andarse volando, tuvo que reprochar a su amada, según revela Carreto en “Imitación de Catulo”, verdadera gran cima de esta historieta: “Me contaron que volaste con otro”.

No perseguí una Luisa de hermosos pies, ni me fulminaron esos ojos verdes, radiantes como el amanecer en el bosque, antes puedo decir como el volador de esta historia “no sé bien qué hago en este planeta”, pero mi calle es de todos y la noche es de todos. Con mi oído de perro, con la fuerza de quince hormigas juntas, puedo beberme toda la ironía de Súperman para concluir, con el héroe:  Soy el hombre moderno. “Estoy más solo que Dios”.

 

Superman de alguna manera, trasnochado o como sea.

 

 

     
 
             

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