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9.Sept.2016

    No cabe duda: de niño,
    a mí me seguía el sol.

    Recordar a Alfonso Reyes

     

    Sol de Monterrey

     


    No cabe duda: de niño,
    a mí me seguía el sol.

    Andaba detrás de mí
    como perrito faldero;
    despeinado y dulce,
    claro y amarillo:
    ese sol con sueño
    que sigue a los niños.

    Saltaba de patio en patio, 
    se revolcaba en mi alcoba.
    Aun creo que algunas veces
    lo espantaban con la escoba.
    Y a la mañana siguiente,
    ya estaba otra vez conmigo,
    despeinado y dulce,
    claro y amarillo:
    ese sol con sueño
    que sigue a los niños.

    (El fuego de mayo
    me armó caballero:
    yo era el niño andante,
    y el sol, mi escudero.)

    Todo el cielo era de añil;
    Toda la casa, de oro.
    ¡Cuánto sol se me metía
    por los ojos!
    Mar adentro de la frente,
    a donde quiera que voy,
    aunque haya nubes cerradas,
    ¡oh cuánto me pesa el sol!
    ¡Oh cuánto me duele, adentro,
    esa cisterna de sol
    que viaja conmigo!

    Yo no conocí en mi infancia
    sombra, sino resolana.-
    Cada ventana era sol, 
    cada cuarto era ventanas.

    Los corredores tendían
    arcos de luz por la casa.
    En los árboles ardían
    las ascuas de las naranjas,
    y la huerta en lumbre viva
    se doraba.
    Los pavos reales eran
    parientes del sol. La garza
    empezaba a llamear
    a cada paso que daba.

    Y a mí el sol me desvestía,
    para pegarse conmigo,
    despeinado y dulce,
    claro y amarillo:
    ese sol con sueño
    que sigue a los niños.

    Cuando salí de mi casa
    con mi bastón y mi hato,
    le dije a mi corazón:
    -¡Ya llevas sol para rato!-
    Es tesoro – y no se acaba:
    no se acaba – y lo gasto.
    Traigo tanto sol adentro
    Que ya tanto sol me cansa.-
    Yo no conocí en mi infancia
    Sombra, sino resolana.

 

 
             

 

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